DESLEALTAD.



Él se entretuvo frente a unos licores importados. Yo, inquieta, me solté de su mano para correr hacia el estante de los juguetes. Me cautivó una muñeca rubia de vestido lila.
-¿Me la compras, papi?
No me escuchó. Unas alegres piernas de mujer lo habían hipnotizado por unos segundos. ¡Tres segundos! Lo odié con cada célula de mi cuerpo. Y hay una parte en mí que aún permanece dolida, porque desde ese momento sé que hasta el más bueno de los hombres, incluso el que más te ama, siempre acaba por asomarse a la traición, aunque más no sea por tres segundos.



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