No decía palabras.
No decía palabras,  acercaba  tan sólo un cuerpo interrogante  porque ignoraba que el deseo es una  pregunta  cuya respuesta no existe,  una hoja cuya rama no existe,  un  mundo cuyo cielo no existe.   La angustia se abre paso entre los huesos,  remonta por las  venas  hasta abrirse en la piel,  surtidores de sueño  hechos  carne en interrogación vuelta a las nubes.   Un roce al paso,  una mirada fugaz entre las sombras,  bastan  para que el cuerpo se abra en dos,  ávido de recibir en sí mismo  otro  cuerpo que sueñe;  mitad y mitad, sueño y sueño, carne y carne,  iguales  en figura, iguales en amor, iguales en deseo.   Aunque sólo sea una esperanza,  porque el deseo es una pregunta  cuya respuesta nadie sabe.