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Mostrando entradas de mayo, 2019
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ALAS DE MARIPOSA.

Mientras me abalanzo sobre ella, pienso en un sobresaliente. En Ciencias nos encargaron capturar una mariposa. Cierro ambas manos. Noto las cosquillas de sus alas, mientras golpea aquí y allá buscando una salida. Es enorme, con unos colores preciosos, por lo que siento que ese sobresaliente está asegurado. Clavo el alfiler con cuidado de no estropear sus alas. Al enseñársela a la profesora, con los ojos muy abiertos y una expresión de repugnancia, retrocede pronunciando la misma palabra continuamente. Y aunque estoy seguro de saberme todas las especies de memoria y de haber repasado varias veces el temario, no consigo recordar qué es un "hada".

ÉL ERA MUY GUAPO...

Él era muy guapo, y ella muy rica. Él se comió el capital de ella; y ella, la belleza de él, y con este ejemplo, el profesor Evans dio por terminada la conferencia sobre Justicia distributiva.
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MÁXIMA.

                        Si quieres saber lo que es el amor, cómprate un perro.

EL FUNERAL.

Durante un paseo, me uní a un cortejo fúnebre. Siempre anima más que vagar uno solo y sin rumbo. No sabía a quién estaban enterrando, pero ¿qué importaba? Nosotros, los humanos, formamos todos una gran familia.    Además, siempre se puede preguntar. Mi vecino de la izquierda del cortejo tampoco lo sabía.   —Voy a la tintorería a recoger un pantalón. He visto un funeral y puesto que me pilla de camino me he unido. Sólo hasta la esquina y después tuerzo.    Pregunté, pues, al vecino de la derecha.    —¿Que de quién es el funeral? Y yo qué sé, ¿acaso muere poca gente? El banco no abre hasta las nueve, así que tengo un poco de tiempo todavía.   El tercero, que caminaba unos pasos atrás, tampoco era capaz de informarme.    —Yo no soy de aquí, soy un simple turista. Pero pregunte a esa señora con velo negro, la que camina detrás del féretro. Tiene pinta de ser la viuda y debe de saberlo.   En ese momento empezó a llover y abandoné el cortejo. No voy a mojarme por alguien a quien ni
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PENSAMIENTO.

Cuando en el mundo se desea agradar, hay que resignarse a dejarse enseñar muchas cosas, que se saben, por personas que las ignoran.

EN LAS PELÍCULAS...

En las películas basta una mirada o una tenue insinuación, para que dos desconocidos terminen haciendo el amor en un elevador o en cualquier pensión de mala muerte. Por eso elegí una mesa de esta cafetería de señoras cursis, para mirar con lánguida insistencia a las desconocidas que más me gustan. Al principio no me hacían caso y más de una se marchó ofendida, pero después de tantos años de venir todas las tardes, ahora son ellas las que me devoran con los ojos.  Especialmente desde que corrió el rumor de que sólo soy un casto anciano que enloqueció de amor, cuando su novia murió atropellada antes de entrar a la cafetería. No sé cómo empezó todo, pero he terminado convertido en una leyenda urbana y sentimental. Mejor, porque en realidad me excita que me rebañen con la mirada, que fantaseen con mi vida y que me regalen sus poemas guarros. De joven me hubiera gustado acostarme con cualquiera de esas desconocidas, y ya de viejo me basta con saber que podría tirármelas a todas.
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ACTUAR LA MUERTE.

Un hombre se tiró por el balcón delante de un grupo de amigos. Uno de ellos alcanzó a sujetarlo de una mano. Haciendo un esfuerzo descomunal, el suicida se izó lo suficiente como para morder la mano que lo sos­tenía y deslizarse definitivamente hacia el vacío. Esto no es un cuento. Este hombre, que era actor, tuvo el valor de luchar por su propia muerte, pero no el de matarse sin espectadores.

ARTE Y VIDA.

En el bar se me acercó uno de mis lectores. Comentó que un relato mío —el de seis bebés decapitados por su madre— lo tenía preocupado; quería saber si se trataba de un hecho real. "Naturalmente", le respondí. "Gracias al cielo", respondió aliviado y agregó: "Sería espantoso que la mente humana fuese capaz de inventar algo tan abominable".
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FEBRERO.

Al llegar al puente, le entregó el ramo de flores a Claudia. Mario, nervioso, miraba todos los lugares posibles, menos sus ojos. Claudia, por su parte, no retiraba la mirada del ramo. “Hay una abeja”, le dijo. Mario sacudió la rosa y el insecto salió volando. Claudia cogió el ramo. Se fueron agarrados de la mano a un café. Allí se besaron y se acariciaron. Se dijeron algunas palabras bonitas. Luego, fueron al cine, colocándose en las filas de atrás para jugar con sus manos. Tomaron una copa y se despidieron. Claudia miró el reloj. Este marcaba las 00:05. Se acercó al contenedor de basura y tiró el ramo. Ya se había acabado el día de los enamorados.

UNA SEGUNDA OPORTUNIDAD.

El príncipe era flaco, desgarbado, con una palidez cadavérica, acentuada por sus negras ojeras. Era, además, bastante torpe. Sin embargo, estaba allí, frente a la Bella Durmiente, sin atreverse a besarla. Cuando finalmente lo hizo y ella entreabrió sus ojos, él estaba distraído siguiendo una mariposa con la vista. Esto le permitió a la Bella Durmiente echarle una ojeada y fingir que continuaba dormida. Había decidido aguardar una segunda oportunidad.
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PENSAMIENTO.

Después de tres años, una pareja debe separarse, suicidarse, o tener hijos, que son las tres maneras de confirmar su final.

DESLEALTAD.

Él se entretuvo frente a unos licores importados. Yo, inquieta, me solté de su mano para correr hacia el estante de los juguetes. Me cautivó una muñeca rubia de vestido lila. -¿Me la compras, papi? No me escuchó. Unas alegres piernas de mujer lo habían hipnotizado por unos segundos. ¡Tres segundos! Lo odié con cada célula de mi cuerpo. Y hay una parte en mí que aún permanece dolida, porque desde ese momento sé que hasta el más bueno de los hombres, incluso el que más te ama, siempre acaba por asomarse a la traición, aunque más no sea por tres segundos.
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CARNE REBOZADA.

La cena se enfriaba en la mesa y nuestro vecino seguía igual. Desnudo, subido en una silla y con una soga al cuello. A veces, bajaba y deambulaba cabizbajo por la habitación. De aquí para allá. De allá para aquí. Luego volvía a subirse, se anudaba la cuerda y colocaba los pies en el filo. Así llevaba toda la tarde. Nosotros, desde la ventana, lo observábamos expectantes. Papá decía que sí. Mamá decía que no. Pero el hombre, que si sí, que si no, no se decidía nunca. Al final, corrimos las cortinas y nos sentamos a la mesa. La carne rebozada fría no vale nada.

GATOS POR LA VENTANA.

A ella, estaba claro, le gustaban los chicos malos que le tocaban el culo, escribían poemas de amor y tiraban gatos por la ventana. Aunque ahora es una musa célebre y procura guardar las apariencias. Viste en boutiques. Veranea en Saint-Tropez. Y bebe champán francés. Siempre fue muy coqueta, caprichosa y ligera de cascos. Sin embargo, desde que inspira best-sellers apenas frecuenta los cabarets. Y no se acuesta con poetas. Conmigo suele hacer una excepción. Le divierte recordar viejos tiempos. Luego, desaparece. Y me deja su ausencia y la nevera vacía. Yo, mientras espero que vuelva, sigo tirando gatos por la ventana. Pero ya nunca caen de pie.
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LA HUIDA.

"Además me voy a chivar a mis padres" era una frase que no podría repetir nunca más, estaba desolado. Cuando acudía a visitarles invariablemente rompía a llorar: Sus hijos no le hablaban, hacía dos años que estaba en el paro, uno que su mujer le había dejado. Su infortunio era la comidilla de sus vecinos, que cuchicheaban a sus espaldas. Hasta el perro le miraba con desprecio. Sus padres eran los únicos que escuchaban sus cuitas y compartían su dolor. Aquella tarde encontró una nota escueta sobre sus tumbas abiertas y vacías: "Hijo, siempre fuiste un llorón. No te lo tomes a mal, pero aquí vinimos a descansar".

EN EL ASCENSOR.

Mientras bajan, él imagina lo que haría con ella si ella quisiera. Ella se imagina lo que él imagina y lo mira. El ve en los ojos de ella lo que ha imaginado y se llena de vergüenza. Ella se lamenta, otra vez, de la eterna indecisión de ambos.
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HOMBRE DESCONFIADO.

`Por las dudas´ dijo mi abuelo Pablo y se llevó la escopeta a la iglesia. No desconfiaba del cura ni del monaguillo, sino de mi padre. Se sentó en el primer banco, muy cerca del altar, colocó el arma entre sus piernas y de vez en cuando acariciaba el gatillo. Así, durante toda la ceremonia, Después, la guardó en su funda y salió al atrio donde mis padres eran recibidos por una lluvia de arroz.

SABIDURÍA.

Él citó a Canetti, dijo: “la felicidad, ese despreciable objetivo vital de los analfabetos”. Ella se encogió de hombros, lo amaba, admiraba su desapego de todas las formas de consuelo, su obstinación en desmantelar las trampas, su afán por ser en la verdad absoluta. Pero pensaba que la felicidad bien valía el analfabetismo.
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DETESTABA DE TAL MANERA...

Detestaba de tal manera a su ex novio y anhelaba con tanta fuerza tomar revancha por todo lo que había sufrido con él, que cuando éste regresó a pedir que volvieran a estar juntos, ella aceptó de inmediato.

MÁXIMA

Lo que más valoramos es la juventud, pero nuestro objetivo es hacernos viejos.                               ¿Cómo no vamos a sentirnos deprimidos?
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COMPRENSIÓN.

Anoche me morí en tus brazos. Lo hice sin pensar, por cariño, como lo he hecho todo por ti. Pusiste cara de susto, pero te duró poco tiempo. Después, cuando yo ya había cerrado los ojos y creías que no te podía ver, te relajaste y sonreíste feliz. Me abandonaste en el sofá, tal como me había muerto, algo desmadejada. Entonces te escuché hablar con ella. Tu voz sonaba con un timbre pulido, tan diferente del que usas conmigo, que parece hecho de productos abrasivos, de los que arañan el corazón. Te cambiaste de ropa, te perfumaste y saliste de la habitación sin darme siquiera un triste beso. Esta mañana, he decidido no volver a morirme nunca más.

PENSAMIENTO.

En nuestras sociedades contemporáneas, una vida humana pasa necesariamente por uno o varios periodos de crisis, de intensa revisión personal. Así que es normal que en el centro de la ciudad de una gran capital europea uno tenga acceso al menos a un establecimiento abierto toda la noche.
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LA INOCENCIA PROLONGADA.

La mañana en que Alberto, el chico más gallito de la clase, pregonó durante el recreo que los reyes eran los padres, Lourdes no se echó a llorar ni acudió a la maestra en busca de una negación, como el resto de sus compañeros. Fue a sentarse sonriente en un banco del patio y recordó embelesada, ungidos por una nueva luz que los volvía más reales, todos los juguetes que cada seis de enero habían aparecido sobre sus zapatos. Luego, se levantó y acudió adonde jugaban las chicas mayores, en busca de su hermana. Qué contenta se iba a poner cuando le contara que sus abuelos llevaban toda la vida mintiéndoles.

EROS Y TÁBANOS.

-Llévame a los acantilados- le pidió su novia al empleado de la funeraria. Él, complaciente, arrancó el coche fúnebre y atravesaron la ciudad rumbo a la costa. Ya habían rebasado las afueras, cuando ella se quitó la blusa: -Te espero ahí detrás- dijo, pasando entre los asientos. A la luz del atardecer sus senos oscilaron como dos frutos cálidos. Durante las obligadas esperas del trabajo, había ido él desgranando con disimulo ramos y coronas de los difuntos transportados aquel día, dejando la carroza funeraria convertida en un lecho de flores. Ahora, en el retrovisor, mientras ascendían por las estrechas carreteras, la contempló allí tendida, desnuda toda ya, sonriente, bellísima, con sus largos cabellos esparcidos..., pero cuando llegaron a lo más alto vio con sorpresa que a ella se le mudaba el gesto y empezaba a gritar dando manotazos: -¡Tábanos, hay tábanos! – se podía oír su zumbido oscuro y pegajoso. De inmediato, paró el coche y se bajó con intención de abrir el p
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CARPE DIEM.

En mi primer viaje en avión intercambié sin querer mi maleta con la de otro pasajero, y no me di cuenta hasta que llegué al hotel. Como soy pragmático, amoldé mis vacaciones al tipo de equipaje que me tocó. En otra ocasión, estando en un parque, me llevé por error un cochecito con un niño dentro que no era el mío. Como soy hombre de costumbres fijas, cuando volví a casa lo bañé, le di de comer y lo dejé en la cuna. De igual modo, le he dicho te quiero muchas veces a la mujer equivocada, pero esa es otra historia… Tengo que añadir que, después de todo, también soy una persona optimista, y ahora que estoy cayendo por este precipicio en un coche que no es el mío, no me preocupo. Seguro que esta confusión será la última.

DIVÁN.

La hormiga neurótica del hormiguero acudió durante bastante tiempo al sicoanalista. Se quejó de su destino, culpó a sus progenitores de ser como era y a todos los dioses de la tierra por no haber sido una mariposa. Cuando el sicoanalista le dijo que la solución a su neurosis era aceptar la vida tal y como era, se sintió íntimamente estafada. Y con razón. El sicoanalista, de noche y a escondidas, seguía intentando volar como una libélula. Eso sí, sin sentimiento de culpabilidad.
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ESCRITOS DE UN VIEJO INDECENTE.

Me pregunto cuál será el sitio para todos aquellos que no queremos ser nada, que no aspiramos a nada, que simplemente nos queremos quitar de en medio de la masa, que abrimos la boca lo menos posible y que de vez en cuando escupimos al papel toda la mierda que llevamos dentro. ¿Dónde estará ese sitio?

FAN.

Parecía imposible, pero Elvis se encontraba allí, delante de mí, haciendo cola en la caja de aquel supermercado. Aunque iba camuflado con unas gafas de sol y una enorme barba gris, hubiera reconocido su rostro incluso bajo un pasamontañas. Le seguí hasta los aparcamientos y, mientras vaciaba el carro de la compra en su maletero, lo abordé. Naturalmente, negó ser Elvis, pero yo le arranqué la barba de un tirón. Como imaginaba, era postiza. «Entonces, no es una leyenda», exclamé. «¡Estás vivo!» Esa noche bebimos hasta hartarnos. Elvis lo pasó en grande, e incluso interpretó algunos compases de Love me tender, aunque, por la edad, ya desafinaba un poco. Cuando empezó a amanecer, me mostró una navaja medio oxidada que guardaba en su cazadora y me pidió disculpas por tener que matarme, ya que -explicó- necesitaba salvaguardar su incógnito. Le aseguré que lo comprendía, y que, para mí, el haber compartido una velada con él ya justificaba toda una vida. Mi cadáver se pudre ahora en una soli
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EL SUBMARINISTA.

El submarinista se topa con una sirena. Incrédulos, ambos se quedan quietos observándose con curiosidad. Para ella se trata de un ser que nunca ha visto en su vida, no logra precisar si se trata de un pez u otro animal. El submarinista también la observa sobrecogido ante la realidad de una leyenda. Al cabo de un largo rato, a ella se le agota el interés y huye a su refugio; a él se le agota el oxígeno y muere.

SUPERCONGELACIÓN.

El día que se murió el abuelo lo vestimos con su traje de chaqueta y compramos un congelador como esos que hay en los super y lo congelamos sentado en una silla. El congelador lo pusimos en su habitación en lugar de la cama y allí está el abuelo, tan campante. Ahora cada vez que vienen los del juzgado para hacer la fe de vida, que hay que presentar, después, en clases pasivas de Hacienda, lo sacamos y lo ponemos sentado en el sofá de la tele. Los funcionarios lo miran y como saben que no habla mucho y lo ven allí sentado, tan digno, mirando para el televisor, lo saludan y no le hacen preguntas ni nada. Cuando se van lo volvemos a sentar en el congelador y apretamos el botón de supercongelación. Seguimos cobrando la pensión.
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PRÓTESIS DENTAL.

Esta mañana estaba bastante aburrido sin nadie con quien conversar, así que me saqué la dentadura postiza de la boca, la coloqué sobre la mesa y me puse a hablar con ella.

MÁXIMA.

Un filósofo retirado del mundo me escribió una carta repleta de virtud y razón, que acababa con estas palabras: "Adiós, amigo mío; conservad si podéis los intereses que os ligan a la sociedad, pero cultivad los sentimientos que os separan de ella."
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PENSAMIENTO.

La sociedad, los círculos, los salones, lo que se llama el mundo, es una pieza miserable, una ópera mala y sin interés, que apenas se sostiene mediante las máquinas y los decorados.

ENTRE UNA Y OTRA OSCURIDAD.

Estas palabras quieren ser un puñado de cerezas -un susurro - ¿para quién?- entre una y otra oscuridad. Sí, un puñado de cerezas, un susurro - ¿para quién? -entre una y otra oscuridad.
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MENDIGO DE CENIZAS.

Quisiera escribirte un poema pero las letras ocultan lo que el corazón dice. Mas vale conducir tu ausencia por la obligada senda de la soledad sin dejar cabida a los símbolos del demonio. ¿Acaso pueden  ser distintas las palabras para escribir elegías o canciones de amor? ¿Qué tengo para darte? Sólo algunas palabras muertas, diamantes hechos de cenizas. (No) quiero que vuelva esa luz que se hizo en compañía de relojeros y alquimistas.

ECOSISTEMA DE DESAMOR.

Corto mis venas con su hoja de afeitar y espero pacientemente en la bañera hasta que mi cuerpo se licua por completo en sangre, escapo por el sumidero, y avanzo por unos intestinos de plomo que me vomitan al mar convirtiéndome en un pasto marino que hace las delicias de una langosta que se topa con un pulpo hambriento que es devorado por una morena que captura un pescador que me conduce a una lonja donde me compra un cocinero que me guisa en cazuela de arroz para dos comensales, una mitad para ti, la otra mitad para tu amante.
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AMOR A PRIMERA VISTA.

          El gigante subió a la colina y gritó: ¡Quiero una doncella! El pueblo se estremeció, tiempo hacía que no oían esos gritos desgarradores.      El gigante se sentó en su piedra favorita y esperó.      Por la ladera subía una joven deliciosa, tan delicada y etérea que pensó se quebraría sólo de mirarla, ¡era tan distinta a las anteriores! La joven avanzó, con sus trenzas de fuego y sus ojos de obsidiana. Lo miró y el gigante se derritió. Una bola de carne y sangre quedó en el suelo.      La doncella gritó: ¡Quiero un gigante!

MARIDOS DE MAMÁ.

                       Nos compraba chocolatinas y cada mañana nos llevaba al colegio a mi hermano y a mí. Si no fuera porque se pasaba las tardes en el bar de la esquina y, cuando regresaba a casa, le gritaba a mamá, no hubiera estado mal.           Una noche le empujamos por la escalera y se desnucó sobre la alfombra del recibidor. Aquella fue la segunda vez que enviudó mamá.           Esperemos que la tercera acierte.
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PÉRDIDA.

Funestos días, la daga de ausencias roba a los bolsillos del alma prisiones en teatros, donde vinieron y quedaron lenguas taciturnas en fuga. Ojos desmenuzados al cielo donde lloran mis ecos y graznan en seco grito mis sollozos por futuros días muertos.

LAS PUERTAS DEL CIELO.

Nuestro líder espiritual afirmó que aquella pócima nos llevaría al encuentro de Dios. Mis hermanos fueron cayendo uno detrás de otro, con una radiante sonrisa de oreja a oreja, pero yo no dejé que la pócima humedeciera siquiera mis labios: me tiré al suelo y simulé estar muerto. Cuando llegó la policía, era el único superviviente entre los más de doscientos acólitos cuyos cadáveres anegaban el templo. Como no había cumplido aún los quince años, pude rehacer mi vida: me casé, compré una casa y un coche, tuve tres hijos. Ahora trabajo para una empresa de electrodomésticos de nueve a seis, aunque diariamente empleo dos horas en ir y venir de la oficina. Cuando me hallo en mitad de algún atasco, suelo acordarme de las sonrisas beatíficas de mis hermanos en el instante de emprender su viaje. Tal vez —pienso entonces— también yo debí haber ingerido aquel veneno.
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PALABRAS POR ESCRITO.

El auténtico gran escritor no quiere escribir, quiere que el mundo sea un lugar en que pueda vivir la vida de la imaginación. La primera palabra estremecida que pone por escrito es la del ángel herido: dolor. El proceso de poner palabras por escrito es equivalente al de tomar un narcótico.

NUESTRAS COSAS.

El día en que cumplí ocho años me acerqué a mi hermana mayor que lloraba. ¿Por qué lloras?, pregunté. Porque los abuelos se van a morir pronto y después los papás y después nosotros también nosotros nos moriremos un día. Estremecido como una pobre bestia por la revelación también yo me eché a llorar allí mismo junto a mi hermana. ¿Qué les has hecho a los niños que lloran tanto?, preguntó mi padre al llegar del trabajo. Nada, déjalos estar respondió mamá: cosas de críos, que sé yo. Lloran por sus cosas.
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MARISMA.

El estanque donde ella llora, se ha convertido en mar La vela que consume sus noches, escribe al mar Los tambores replican; con eco en el mar La bruma sabe, que su sangre da color al mar y que su espejo, siempre será el mar porque ella escribe, desde el fondo del mar

SE ACABÓ EL CUENTO.

Se acabó el cuento, amigo: esto es la vida. Todos los grandes sueños con los que hasta ahora te has entretenido, puedes dejarlos a la entrada. Aquí no sirven de nada.
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CUANDO VEO A DOS BESÁNDOSE...

Cuando veo a dos besándose, creyendo que se aman, creyendo que durarán, hablándose al oído en nombre de un instinto al que dan nombres elevados, cuando los veo acariciarse con esa avidez molesta, con esa expectativa de encontrar algo crucial en la piel del otro, cuando veo sus bocas confundiéndose, el intercambio de sus lenguas, sus cabezas recién duchadas, las manos revoltosas, las telas que se frotan y levantan como el más sórdido de los telones, el tic ansioso de las rodillas rebotando como muelles, camas baratas, hoteles de una sola noche que más tarde recordarán como palacios, cuando veo a dos idiotas ejerciendo impunemente su deseo a plena luz, como si yo no los mirase, no sólo siento envidia. También los compadezco. Compadezco su futuro podrido. Y me levanto y pido la cuenta y les sonrío de costado, como si hubiera vuelto de una guerra que ellos dos no imaginan que está a punto de empezar.

VIDAS IMAGINARIAS.

Una chica sola, a lo lejos, en la calle. Sé que es guapa; mi olfato visual es infalible. Podría coger los prismáticos y mirarla más de cerca. Pero no estoy para actividades hitchcockianas esta tarde. Al margen de que solas no están nunca. No hay chicas guapas solas. Eso sólo pasa en las películas. De hecho, si esto fuera una película, yo bajaría, seguiría a esa chica, la abordaría, y muy pronto habría florecido entre nosotros un bello romance, o por lo menos una excitante historia de cama (que es al fin y al cabo lo que importa). Pero eso son películas. Todo mentira. Como esta inútil vida imaginaria de quien se dedica a mirar por las ventanas.
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OPRESIÓN.

Un hombre abre la ventana de la oficina. Se asoma y cincuenta plantas más abajo ve un asfalto gris y vacío hacia el que convergen todos los edificios. Se gira y cincuenta plantas más arriba ve un cielo gris y vacío hacia el que convergen todos los edificios. No sabe hacia qué lado suicidarse.

¿POR QUÉ EL POLLO CRUZÓ LA CARRETERA?

     —¿Por qué el pollo cruzó la carretera? —le preguntó el Profesor Jove.    —No lo sé —dijo Kugel—. ¿Por qué el pollo cruzó la carretera?    —Porque era un imbécil —respondió el Profesor Jove.    —No lo pillo —dijo Kugel.    —El pollo cruzó la carretera —explicó el Profesor Jove— por el mismo motivo por el que todos cruzamos carreteras: porque pensamos que tal vez al otro lado habrá algo mejor. Dígame, señor Pollo, ¿no hay guerras al otro lado de la carretera? ¿No hay sufrimiento, ni divorcios, ni fracasos? ¿No hay hambre, ni enfermedades, ni lágrimas, ni dolor? ¿No cometen genocidios al otro lado de la carretera, señor Pollo? ¿Acaso al otro lado de la carretera los padres no entierran a sus hijos, los hijos y las hijas reciben siempre el amor que necesitan, hombres y mujeres no se vuelven viejos amargados y acaban muriéndose de pena?    Kugel clavó la mirada en la punta de los zapatos.    —Los padres desaparecen —dijo el Profesor Jove con voz compasiva— a ambos lados de la c
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HE REDUCIDO...

He reducido la medicación antidepresiva. Tengo pensado eliminarla por completo. Y por qué —se me dirá—, si te estaba sirviendo de muleta. Esa es justamente la cuestión. El dolor. Se me estaba olvidando el dolor.

EL LIMBO.

      —Esto es como el limbo.    —El limbo, eh.    —¿Te acuerdas de lo del limbo?    —Aquello que nos decían. La definición.    —Pues no. ¿Qué definición?    —Aquello, no te acuerdas. El limbo es una sala de espera.    —¿Para pasar a dónde?    —A ninguna parte, ésa es la ironía.
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EL ENCUENTRO.

Dos puntos que se atraen no tienen por qué elegir forzosamente la recta. Claro que es el procedimiento más corto. Pero hay quienes prefieren el infinito.    Las gentes caen unas en brazos de otras sin detallar la aventura. Cuando mucho, avanzan en zig-zag. Pero una vez en la meta corrigen la desviación y se acoplan. Tan brusco amor es un choque, y los que así se afrontaron son devueltos al punto de partida por un efecto de culata. Demasiado proyectiles, su camino al revés los incrusta de nuevo, repasando el cañón, en un cartucho sin pólvora.    De vez en cuando, una pareja se aparta de esta regla invariable. Su propósito es francamente lineal, y no carece de rectitud. Misteriosamente, optan por el laberinto. No pueden vivir separados. Ésta es su única certeza, y van a perderla buscándose. Cada uno de ellos comete un error y provoca el encuentro, el otro finge no darse cuenta y pasa sin saludar.
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UNA PARTÍCULA DE LA VERDAD.

El diablo y uno de sus acólitos habían venido a la Tierra a dar un paseo y ver cómo se iban desenvolviendo las cosas. Iban de aquí para allá, haciendo turismo y disfrutando de los hermosos parajes. Pero, de súbito, muy alarmado, el acólito del diablo, exclamó:    —¡Alerta, señor! ¡Allí hay una partícula de la verdad!    El diablo se encogió tranquilamente de hombros, indiferente, para decir:    —No te preocupes en absoluto, querido amigo mío, porque ya se encargarán de institucionalizarla.    Y el diablo y su acólito siguieron paseando apaciblemente.

ME ENAMORÉ DE UN PEZ.

Me enamoré de un pez y me lo llevé a un hotel de cinco estrellas. En el transcurso de la noche, cuando por fin logramos consumar nuestro amor (era muy escurridizo), descubrí que no era virgen. Decidí pasarlo por alto a sabiendas de lo mal mirado que estaba eso en el pueblo. Mucho más me costó ignorar sus ojos, blancos aun horas después del orgasmo. Esto al principio aduló mis artes amatorias, pero luego con su rigidez, su parquedad, su sangre fría y el no querer intercambiar después de tanta intimidad algunas frases tiernas, o al menos un cigarrillo, caí en la cuenta de que lo nuestro quedaría en una historia de sábanas y escamas.
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LA HERIDA.

Nada, ni el sordo horror, ni la ruidosa verdad, ni el rostro amargo de la duda, ni este incendio en la selva de mi cuerpo que amenaza con no extinguirse nunca, ni la terrible imagen que golpea mis ojos y tortura mi cerebro, ni el juego cruel, ni el fuego que destruye esa otra imagen de armonía y fuerza, ni tus palabras, ni tus movimientos, ni ese lado salvaje de tu calle, impedirán que encienda en tu costado la luz que da la vida y da la muerte: tarde o temprano sangrará tu herida, y no será momento de hacer frases.

BUSERO.

Frena el bus. El cristal vibra y afuera el mundo resbala, irrepetible, hacia el otoño. Junto a mí una estudiante repasa la lección de biología. En sus manos minúsculas y frágiles laten las mismas venas que en las láminas y repite su boca, como un salmo, negros nombres de vísceras que suenan a promesas de amor y podredumbre. Frena el bus y mi cuerpo sueña hacerse lección entre sus labios.
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NUNCA OLVIDES.

Nunca olvides lo que metió sangre en las venas de tu obra. Nunca olvides el odio. Enfríalo. Redúcelo a un cristal de carbono puro cuyas aristas disequen las entrañas de tus enemigos. No hagas nunca prisioneros. Resiste. Y que jamás te atrapen con vida.

EL SOCIO.

Decidí vender mi alma al diablo. El alma es lo más valioso que tiene el hombre, de modo que esperaba hacer un negocio colosal.  El diablo que se presentó a la cita me decepcionó. Las pezuñas de plástico, la cola arrancada y atada con una cuerda, el pellejo descolorido y como roído por las polillas, los cuernos pequeñitos, poco desarrollados. ¿Cuánto podía dar un desgraciado así por mi inapreciable alma?  —¿Seguro que es usted el diablo? –pregunté.  —Sí, ¿por qué lo duda?  —Me esperaba al Príncipe de las Tinieblas y usted es, no sé, algo así como una chapuza.  A tal alma, tal diablo –contestó–. Vayamos al negocio. 
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VIEJO CAMARERO.

Una chica dormita sobre un libro. Bajo la blanca blusa el jardín infinito de la carne. Primavera perpetua, joya lejana y líquida que no arderá jamás en estas manos que aguantan, temblorosas, la bandeja cargada de cafés y decepciones.

HILO DENTAL.

Abra la boca, dice el dentista. Eso es. Un poco más. Esto le va a molestar un poco pero procure no moverse. Así, muy bien. Rrrrr. El torno gira y gira sobre el diente hasta que un delgado hilo distrae al dentista, que se desvía un milímetro de su objetivo. Y un milímetro en una boca es la distancia que separa el diente de la lengua. Ariadna da un salto y dice palabrotas e insultos. Lo siento, dice el doctor, pero he visto la punta de un hilo blanco que sale desde su garganta. Este hombre está loco, piensa la chica. No piense que estoy loco, dice el dentista, comprúebelo usted misma. Las manos del doctor tiran y tiran y la chica puede ver y sentir cómo la punta del hilo sale al exterior. Es blanco y no demasiado grueso. Le hace cosquillas en el fondo de la garganta. El dentista sigue tirando y los dos parecen asustados. La chica va sintiendo el habitual abandono de fuerzas que se produce como reacción a las situaciones inesperadas. Más hilo, cada vez más hilo que el dentista va deposi
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NADIE ES PERFECTO.

«Tengo los ojos verdes, de un verde muy oscuro, rasgados, grandes. Hay gente que dice que dan miedo, porque miro con mucha intensidad. ¿Qué más? Pues tengo la boca un poco grande, con los labios bastante gruesos. Cuando me río parezco qué sé yo qué. Pelirroja, con una melena rizada hasta la cintura, muy abundante, sedosa. Casi siempre llevo el cabello recogido con cintas negras. No soy demasiado alta, la verdad, un metro sesenta y ocho. Más bien delgada, pero proporcionada, ya me entiendes. No soy especialmente huesuda. O sea, tengo de todo. No es que sea musculosa, pero he hecho bastante gimnasia y estoy en forma. Piernas largas, manos finas, pies estrechos, vientre liso. No sé si me imaginas. La piel... suave, tirando a morena. Y en verano, dorada. Me paso horas tumbada al sol. Con cremas protectoras, claro. Me encanta. Tengo veintitrés años recién cumplidos, aunque aparento alguno menos. Visto ropa casi siempre ajustada, vaqueros, minifaldas y prendas cómodas de algodón, excepto e

LA PRECAUCIÓN.

No me gusta marcharme el último. Por eso siempre estoy pendiente de cuántos vamos quedando en la barra. Cuando veo que sólo dos, me vuelvo a casa. La tristeza de un bar solitario después de medianoche se la dejo a otro. Acababa de marcharse el tercer cliente y, aparte de mí, sólo quedaba ya un gordo. Entregué un billete al camarero. —No tengo cambio ­—me dijo­—. ¿No tiene usted para cambiarme? ­—se dirigió al gordo. Éste no contestó. —Está borracho ­—le dije al camarero. —Me parece que es algo peor que eso ­—dijo el camarero observando al gordo­—. Creo que está muerto, habrá que llamar a un médico. Desde entonces me marcho cuando en la barra quedamos tres. Toda precaución es poca.
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LECCIÓN.

La bala, en la sien, recordadlo, es muy importante. Subrayadlo con rotulador fosforito, pegad notas al lado del espejo, pero no lo olvidéis. Sobre todo los repetidores, eh Peláez, ¿te ha quedado claro? ..... Todos nos volvemos y Peláez, desde la última fila, parece sonreír. Claro que también su boca tan sólo parece una boca y apenas queda un rastro donde estuvo la nariz. Intenta decir algo, pero no le salen más que balbuceos, así que calla, se limita a formar un revólver con los dedos de su mano derecha y apoya el índice bajo la barbilla, ¿ajhí no?, pregunta, y todos reímos su ocurrencia.

HISTORIA DE LA LITERATURA.

Al principio era el verbo y no había papel, de manera que hubo poesía. Luego hubo papel y hubo tiempo, de manera que grandes sagas fueron propicias para un mundo mitad desconocido, mitad inventado. Más tarde hubo imprenta, y hubo paciencia; ya casi todo estaba descubierto, de manera que hubo novela, saga del espíritu. Pero todo empezó a agotarse —el tiempo, el papel, la paciencia—, de manera que hubo cuentos, cada vez más cortos. Antes del final, sólo quedará el verbo y tal vez, de nuevo, la poesía.
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LUNES DE PSICÓLOGO.

Entro y le escupo en la cara y un poco en la camisa y enseguida le cuento que a los doce años un hombre peludo se puso de rodillas sollozando al pie de la redonda cama de mi madre y que las gallinas en mi infancia ponían huevos de madera a lo largo de la noche y que la jauría de enanos de la servidumbre me daba besos de azufre y que la escuela casi siempre se extraviaba y que mi padre era psiquiatra y que todos le escupían en la cara.

LA COSA.

De pequeño tuve una caja de zapatos que llegó a ser mi juguete preferido, entre otras cosas porque no tenía otro. Pero envejeció más deprisa que los zapatos que había llevado dentro, de manera que a mi caja se le cayó un día la primera a y se quedó en una cja, que así, a primera vista, parece un juguete yugoslavo. Busqué entre las herramientas de mi padre una a de repuesto, pero no había ninguna y tuve que sustituirla por una o. De este modo, sin transición, tuve que olvidar la caja para hacerme cargo de una coja, lo que es tan duro como pasar directamente de la niñez a los asuntos. Jugué mucho con aquella coja, todavía la recuerdo, pero se fue haciendo mayor también y un día se le cayó la jota. Hay quien piensa que las vocales se estropean antes que las consonantes, pero yo creo que vienen a durar más o menos lo mismo. El caso es que tampoco encontré entre los tornillos de mi padre una jota en buen uso, así que la sustituí por una pe que estaba prácticamente sin estrenar. La coloqué

LA DESESPERACIÓN DE LAS LETRAS.

Estaba viendo la tele cuando oí un fuerte estruendo detrás de mí. Justo en la biblioteca. Me levanté extrañado y fui a comprobar que era. Una masa inconsistente de papel agonizaba a los pies de la estantería. La cogí entre mis manos y desmembrando sus partes pude adivinar que aquello había sido un libro, “Crimen y Castigo” para ser exactos. No supe encontrar una explicación lógica a tan extraño incidente. A la noche siguiente, otra vez delante de la televisión, oí de nuevo ese ruido. Esta vez irónicamente, había sido “Anna Karenina” quien se había convertido en un manojo de papel deforme que yacía a los pies de sus compañeros. Tras varías noches repitiéndose los hechos, me di cuenta de lo que estaba ocurriendo: los libros se estaban suicidando. Al principio fueron los clásicos, cuanto más clásico era más probabilidad tenía de estamparse contra el suelo. Más tarde comenzaron los de filosofía, un día moría Platón y al otro Sócrates. Luego les siguieron autores más contemporáneos co

EL MONSTRUO DE LA LAGUNA VERDE.

Comenzó con un grano. Me lo reventé, pero al otro día tenía tres. Como no soporto los granos me los reventé también, pero al día siguiente ya eran diez. Y así continué mi labor de autodestrucción. En una semana mi cara era una cordillera de granos, pequeñas montañas nevadas de pus, minúsculos volcanes en podrida erupción. Los granos de los párpados no me dejaban ver y los que tenía dentro de la nariz me dolían al respirar. Pero seguí reventándolos con minuciosa obsesión. No me di cuenta de que me habían saltado a los dedos y a las palmas de las manos hasta que sentí ese dolor penetrante en las yemas. La infección se había esparcido por todo mi cuerpo y los granos crecían como hongos por mi espalda, las ingles y mi pubis. Si cerraba los brazos se reventaban los granos de mis axilas. Un día no pude más. Me miré al espejo por última vez y dejé sobre la mesa del comedor mi carné de identidad. Después me perdí en la laguna.

EL SASTRE.

Agonizaba sin compañía alguna en un cuarto de hospital. Envuelto en una vasta soledad se entregó a una tristeza infinita. Pensó en las tantas cosas de su pasado que quedaron sin remendar. Entonces, con el hilo del cual pendía su vida, se cosió el alma.

INMENSIDAD DE LA NOCHE.

En medio de la noche surge a veces una pregunta, y la noche se agranda, y es inmensa la noche hasta la angustia. Como un barco sin luces, silencioso, surca así nuestro cuarto tanta sombra que parece sin límites el mundo. Nos rodea el vacío, es agua oscura más densa aún que la sangre. Nada se oye, tan sólo un chapoteo de hondo cieno allá en lo más profundo de ese agua: es nuestro corazón. Pero la noche no cesa de crecer y ya es un ojo de insoportable desnudez que mira nuestro terror. Y es esa la pregunta, y la noche lo sabe y mira entonces (sólo a veces) el desvalido ser que somos, con ternura, y vuelve el sueño. Y la infinita gruta que es el universo de nuevo resplandece.

NECROFILIA 1

La doctora se acercó libidinosa a la mesa de disecciones del Instituto Anatómico Forense. Voluptuosamente se desprendió de su delantal y quedó desnuda, hermosa y palpitante frente al cuerpo que descansaba sobre la mesa, cubierto con una sábana amarillenta. Verificó la etiqueta que colgaba de una de las manos exánimes y asintió satisfecha. Arrancó la manta y descubrió el cuerpo también desnudo del cadáver, provisto de un enorme sexo erecto. Lo bañó con vaselina y saltó sobre él con salvajismo. El olor a formol la excitaba cada vez más. Gemía como un animal embravecido. Junto con el feroz orgasmo, él regresó a la vida y clavó sus colmillos en la yugular de la legista. Y murieron y vivieron felices para siempre.