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Mostrando entradas de noviembre, 2010

Que los ruidos te perforen los dientes.

Que los ruidos te perforen los dientes, como una lima de dentista, y la memoria se te llene de herrumbre, de olores descompuestos y de palabras rotas.   Que te crezca, en cada uno de los poros, una pata de araña; que sólo puedas alimentarte de barajas usadas y que el sueño te reduzca, como una aplanadora, al espesor de tu retrato.   Que al salir a la calle, hasta los faroles te corran a patadas; que un fanatismo irresistible te obligue a posternarte ante los tachos de basura y que todos los habitantes de la ciudad te confundan con un madero.   Que cuando quieras decir: "Mi amor", digas: "Pescado frito"; que tus manos intenten estrangularte a cada rato, y que en vez de tirar el cigarrillo, seas tú el que te arrojes en las salivaderas.   Que tu mujer te engañe hasta con los buzones; que al acostarse junto a ti, se metamorfosee en sanguijuela, y que después de parir un cuervo, alumbre una llave inglesa.   Que tu familia se divierta en defo

El pesa nervios.

He sentido de verdad que rompíais la atmósfera a mi alrededor, que hacíais el vacío para permitirme avanzar, para dar el lugar de un espacio imposible a lo que en mí estaba aún sólo en potencia, a toda una germinación virtual y que debía nacer atraída por el lugar que se le ofrecía. Me he colocado a menudo en ese estado de absurdo imposible, para tratar de hacer nacer en mí el pensamiento. Somos unos pocos en esta época empeñados en atentar contra las cosas, en crear en nosotros espacios para la vida, espacios que no estaban y no parecían tener que encontrar un sitio en el espacio. Es necesario que se comprenda que toda la inteligencia no es más que una amplia eventualidad, y se la puede perder no ya como el demente que está muerto, mas como el ser viviente que está en la vida y que siente sobre sí la atracción y el soplo (de la inteligencia, no de la vida). Las titilaciones de la inteligencia y ese brusco trastocamiento de las partes. Las palabras a mitad de camino de la inte

El ombligo de los limbo.

Hay una angustia ácida y turbia, tan potente como un cuchillo, una angustia de relámpagos, como chinches, como piojos duros, cuyos movimientos están congelados, una angustia donde el espíritu se estrangula y se corta a sí mismo -se mata. No consume nada que no le pertenezca, nace de su propia asfixia. Es una congelación hasta la médula, una ausencia de fuego mental, una carencia de circulación de la vida. Pero la angustia opiácea tiene otro color, no tiene esa caída metafísica. La imagino llena de ecos y de cuevas, de laberintos, de retornos; llena de lenguas de fuego parlantes, de ojos mentales en acción y del chasquido de un sombrío rayo, pleno de razón. Pero entonces imagino bien centrada al alma, y siempre en el infinito divisible, y transportable como algo que es. Imagino al alma sensible, que a la vez lucha y consiente y hace girar sus lenguas en todos los sentidos, multiplica su sexo -y se mata. Es necesario conocer la verdadera nada deshilada, la nada que no tiene ya