SABIDURÍA.



Él citó a Canetti, dijo: “la felicidad, ese despreciable objetivo vital de los analfabetos”. Ella se encogió de hombros, lo amaba, admiraba su desapego de todas las formas de consuelo, su obstinación en desmantelar las trampas, su afán por ser en la verdad absoluta. Pero pensaba que la felicidad bien valía el analfabetismo.



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