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Mostrando entradas de septiembre, 2009

Sed inextinguible.

Mi amor está en la cima de su llama, mi amada en el zenit de su hermosura, mi corazón desborda de ternura y ebrio de inspiración mi mente inflama. Siento en mi alma desbordar los ríos de mis palabras y de mis canciones, y al querer modular sus expresiones, mudos siento temblar los labios míos. ¿Qué extraño caos en mí impera? Mientras por mí en rïente primavera fresca surgente de agua viva pasa, mas me consume de la sed la brasa.

El más fuerte.

He visto un hombre que al huir del mundo halló su paz en tierra desolada: no fué un hereje ni un muzlim profundo, no tuvo bienes ni creencia en nada, ni en verdades, ni en dudas, ni en la muerte. ¿Quién en el mundo pudo ser más fuerte?

La copa viva.

Hoy ella vió del alfarero mago de vasos la magnífica teoría, de toda forma y toda edad, y había en todos ellos un misterio vago. Su emoción al sentir, dijo el artista: -«Todos fuimos arcilla y éstos fueron reyes, poetas y amantes que murieron legando al sutil polvo su conquista». «EI espíritu, el vino de la tierra, busca en cada vasija al propio dueño, queriendo ansioso revivir su ensueño al contacto del vaso que lo encierra». «Mira, toma esta copa, ya palpita al verte aproximar; no espere en vano el beso de tu boca o de tu mano, que un muerto amor por renacer se agita». Y al acercar su labio, con su aliento cobró vida el espíritu dormido; una palabra murmuró a su oído, y eran su misma voz, su mismo acento. ¡Ay! y el viejo, un vivo muerto, canta el milagro de aquel muerto vivo, y se marcha en silencio, pensativo, a contar sus tristezas al desierto.

Algún día.

Algún día te escribiré un poema que no mencione el aire ni la noche; un poema que omita los nombres de las flores, que no tenga jazmines o magnolias. Algún día te escribiré un poema sin pájaros ni fuentes, un poema que eluda el mar y a las estrellas. Algún día te escribiré un poema que se limite a pasar los dedos por tu piel y que convierta en palabras tu mirada. Sin comparaciones, sin metáforas, algún día escribiré un poema que huela a ti, un poema con el ritmo de tus pulsaciones, con la intensidad estrujada de tu abrazo. Algún día te escribiré un poema, el canto de mi dicha.

Entre los geranios rosas.

¡Entre los geranios rosas, una mariposa blanca! Así me gritó la niña, la de las trenzas doradas: -corre a verla, corre a verla, que se te escapa. Por los caminos regados del oro nuevo del alba, corrí a los geranios rosas, ¡y ya no estaba! Volví entonces a la niña, la de las trenzas doradas. «No estaba ya», iba a decirle, pero ella tampoco estaba. A lo lejos, ya muy lejos, se oían sus carcajadas. Ni ella ni la mariposa, todo fue una linda trama. El jardín se quedó triste en la alegría del alba, y yo solo por la sola, calle de acacias. Y esto fue mi vida toda, una voz que engañó el alma, un correr inútilmente, una inútil esperanza... ¡Entre los geranios rosas, una mariposa blanca!

La primera tristeza ha llegado.

La primera tristeza ha llegado. Tus ojos fueron indiferentes a los míos. Tus manos no estrecharon mis manos. Yo te besé y tu rostro era la piedra seca de las alturas vírgenes. Tus labios encerraron en su prisión inútil mi primera amargura. En vano tu cabeza puse en mi hombro y en vano besé tus ojos. Eras el oasis cruel que envenenó sus aguas y enloqueció a la sed. Y se fue levantando del horizonte una nube. Su tez morena voló a color. De nuevo fue oscureciendo el tono de los días de antes. yo abandoné tu rostro y mis manos ausentaron las tuyas. Mi voz se hizo silencio. Era el silencio horrible de los frutos podridos. Oí que en mi garganta tropezó la derrota con las piedras fatales. Yo me cubrí los ojos para no ver las lágrimas que huían hacia mí. Luego tú me besaste, dijiste algo. Yo oía llorar mis propias lágrimas en el primer silencio de la primera tristeza. El alma  de ese día llegó de lejos -tu alma- y se quedó en mi pecho.

Mi voluntad de ser no tiene cielo.

Mi voluntad de ser no tiene cielo; duerme hacia abajo y sin mirada. ¿Luz de la tarde o de la madrugada? Mi voluntad de ser no tiene cielo. Ni la penumbra de un hermoso duelo ennoblece mi carne afortunada. Vida de estatua, muerte inhabitada sin la jardinería de un anhelo. Un dormir sin soñar calla y sombrea el prodigioso imperio de mis ojos reducido a los grises de una aldea. Sin la ausencia presente de un pañuelo se van los días en pobres manojos. Mi voluntad de ser no tiene cielo.

En una de esas tardes.

En una de esas tardes, sin más pintura que la de mis ojos, te desnudé, y el viaje de mis manos y mis labios  llenó todo tu cuerpo de sortilegios. Aquel mundo amanecido por la tarde,  con tantos episodios sin historias, silenciosamente abanderado  por pueblos de ansiedades. Entre tu ombligo y sus alrededores  sonreían los ojos de mis labios y tu cadera, esfera en dos mitades,  alegró los momentos de agonía en que mi vida huyó para tu vida. Estamos tan presentes, que el pasado no cuenta sin ser visto. No somos lo escondido, en el torrente de la vida estamos. Tu cuerpo es lo desnudo que hay en mí  toda el agua que va rumbo a tus manantiales. Tu nombre, tu alegría…  Nadie lo sabe; ni tú misma a solas.