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Mostrando entradas de octubre, 2009

El guardián entre el centeno.

Era un taxi viejísimo que olí a c omo si alguien hubiera acabado de vomitar dentro. Siempre me toca uno de ésos cuando voy a algún lado de noche. Pero más deprimente todavía era que las calles estuvieran tan tristes y solitarias a pesar de ser sábado. Apenas se veía a nadie. De vez en cuando cruzaban un hombre y una mujer abrazados por la cintura , o una pandilla de tipos riéndose como hienas de algo que apuesto la cabeza a que no tenía la menor gracia. Nueva York es terrible cuando alguien se ríe de noche. La carcajada se oye a millas y millas de distancia, y hace que uno se sienta aún más triste y deprimido. En el fondo, lo que me hubiera gustado habría sido ir a casa un rato y charlar con Phoebe. Pero, en fin, como les iba diciendo, subí al taxi, y pronto el taxista empezó a darme un poco de conversación. Se llamaba Howitz y era mucho más simpático que el anterior. Por eso se me ocurrió que a lo mejor sabía lo de los patos. —Dígame, Howitz -le dije-. ¿Pasa usted muchas veces ju

El lugar del crimen.

Más allá de la sombra te delatan tus ojos, y te adivino tersa, como un mapa extendido de asombro y de deseo. Date por muerta amor, es un atraco. Tus labios o la vida.

Generación espontánea.

Este día nublado invita al odio, predispone a estar triste sin motivo, a insistir por capricho en el dolor. Y sin embargo el viento, y esta lluvia, suenan hoy en mi alma de una forma que a mí mismo me asombra, y hallo paz en las cosas que ayer me perturbaban, y hasta el negro del cielo me parece un hermoso color. Cuando no soportamos la tristeza, a menudo nos salva una alegría que nace de sí misma sin motivo, y esa dicha es tan rara, y es tan pura, como la flor que crece sobre el agua: sin raíz ni cuidados que atenúen nuestro limpio estupor.

Échale a él la culpa.

Hoy te has ido de fiesta con amigas, y sin que tú lo sepas me regalas un tiempo de estar solo que ya empieza a ser raro en mi vida, un tiempo útil para intentar pensar en ti como si fueras lo que siempre debiste seguir siendo cuando pensaba en ti: aquella persona, en todo semejante a cualquier otra, que una noche lejana tuvo el gesto generoso y extraño de entregarme su amor. Pero el amor nos cambia, nos convierte en espías ridículos del otro, en implacables jueces que condenan sin pruebas y comparten sus estúpidas penas con el reo. El amor nos confunde y trata ahora de que vea en tu fiesta una traición. Por huir de esa trampa me amenazo con los nombres que cuadran al que cae en su vacío: egoísta, ridículo, inseguro, celoso... Y como un ejercicio de humildad pienso en ti divirtiéndote sola: te imagino bailando y mirando a otros hombres; al calor del alcohol confiesas a una amiga algunas cosas que te irritan de mi sin que yo lo sospeche, y por unos instantes sab

Variación sobre una metáfora barroca.

Alguien trajo una rosa hace ya algunos días, y con ella trajo también algo de luz, yo la puse en un vaso y poco a poco se ha apagado la luz y se apagó la rosa. Y ahora miro esa flor igual que la miraron los poetas barrocos, cifrando una metáfora en su destino breve: tomé la vida por un vaso que había que beber y había que llenar al mismo tiempo, guardando provisión para días oscuros; y si ese vaso fue la vida, fue la rosa mi empeño para el vaso. Y he buscado en la sombra de esta tarde esa luz de aquel día, y en el polvo que es ahora la flor, su antiguo aroma, y en la sombra y el polvo ya no estaba la sombra de la mano que la trajo. Y ahora veo que la dicha, y que la luz, y todas esas cosas que quisiéramos conservar en el vaso, son igual que las rosas: han sabido los días traerme algunas, pero ¿qué quedó de esas rosas en mi vida o en el fondo del vaso?

Las tardes.

Ya casi no recuerdo las mañanas, su tiempo azul y claro, lejos quedan, perdidas en colegios o en piscinas extrañas e indolentes. Porque sentimos duro el despertar retrasamos ahora la luz que nos fatiga los despegados ojos. Y es un destino oscuro el de las tardes, en ellas aprendí que llegará la noche, y que es inútil cualquier esfuerzo por burlar la historia equivocada y triste de los años. He vivido en la espera absurda de la vida, cuando he gozado ha sido con reservas; amé creyendo en el amor que habría luego de venir, y que faltó a la cita, y renuncié al placer por la promesa de una dicha más alta en el futuro incierto. Pero los días, al pasar, no son el generoso rey que cumple su palabra, sino el ladrón taimado que nos miente. Con su certeza nos convierte la edad en más mezquinos, nos enseña a amar lo que nos duele, las cosas más pequeñas, aquello que ahora somos y tenemos: la música suave, nuestros cuerpos, el calor de la estancia y el cans

Las mujeres y las armas.

Lo expresa una palabra: desencanto. Ningún dolor concreto o abandono, más bien esa actitud que a su partida el dolor nos contagia: cierta desconfianza y un asombro extraño ante la dicha. Que en el amor no sean las palabras tan sólo lo gastado, pues como en un poema que pretendo feliz y me traiciona, en él he perseguido, siempre, algún final más digno a sus comienzos. En la desposesión que se repite ya lágrimas no encuentro, una resurrección, ninguna muerte pudiera todavía emocionarme, pues somos la costumbre del fracaso. Pero yo sé que habrá, de vez en cuando, algún modesto obsequio de los días: alcohol y noches, tangos, libros, cuerpos, o quizá el verso hermoso que hoy me huye: escudo ante las llamas, armas blancas contra el devastador ejército del tiempo.

La noche en las ciudades.

A lo largo del tiempo y en diversas ciudades, he observado a esa gente que transita en la noche: bebedores anónimos, muchachitas de un día, cuarentones que regresan vencidos del amor, todos ellos buscadores sin mapa de un tesoro. Por calmar otra sed beben sin ganas, y en sus ojos he visto esas preguntas que a veces el amor supo acallar, pero muerto el amor, de regreso en la noche, en sus ojos seguían las preguntas, esas mismas preguntas que se hicieron los poetas románticos al contemplar la luna, pero también los griegos y los árabes y tantos otros cuya historia desconoce esa gente que se hace esas mismas preguntas, esas tristes preguntas que a mí me asaltan hoy ante esta copa: en la falsa moneda de la noche ¿he buscado su brillo o he buscado su sombra? ¿Qué queda de la dicha que algún sábado he creído sentir, o es que sólo existe fingimiento en la alegría? ¿Qué ciudades, qué noches, qué luces o qué sombras, qué palabras, qué cuerpos, o qué extraño cansanci

In dubio pro reo.

Esta tarde releo mis palabras para ultimar su acento y ofrecerlas a un oscuro editor. Y al repasar sus sílabas exactas y traidoras me tienta el desaliento y la pereza. ¿Dónde ocultan la vida que guardé en su desván de sombras, dónde esconden esa pasión que me obligó a trazarlas? No hallo en ellas respuesta, y en su espejo sólo descubro el rostro de un extraño. No hay luz en mis palabras, y a mis ojos carecen de belleza. ¿Por qué entonces obstinarse en su engaño, y para qué ofrecerlas ahora a los demás? ¿Quizá con la esperanza de ese lector futuro que imaginó Cernuda? Es hermoso su sueño, y el poema es también muy hermoso, pero yo me pregunto, descreído, si puede mi lectura, con su fervor de hoy, entregarle a aquel hombre una dicha que escribió no sentir; si yo mereceré ese incierto lector; y de qué extraña forma los versos y la vida que sentimos frustrados sabrán cumplirse un día en los ojos de otros.

La luz de otra manera.

Me dices que es absurdo el universo, que la vida carece de sentido. Pero no es un sentido lo que busco, cualquier explicación o una promesa, sino el estar aquí y a la deriva: una simple botella que en la playa aguarda la marea. Sí, la palabra justa es abandono: una dulce renuncia que me nombra señor y dueño al fin de mi camino. Queden hoy para otros los afanes del mundo, y que mi mundo sea la magia de esta casa tomada en su quietud por la penumbra, saber que nadie llegará a interrumpir mi tarde, que no habrá sobresaltos, ni voces, ni horas fijas, porque ahora es tan sólo transcurrir mi gran tarea.

Rayuela.

Apenas él le amalaba el noema, a ella se le agolpaba el clémiso y caían en hidromurias, en salvajes ambonios, en sustalos exasperantes. Cada vez que él procuraba relamar las incopelusas, se enredaba en un grimado quejumbroso y tenía que envulsionarse de cara al nóvalo, sintiendo cómo poco a poco las arnillas se espejunaban, se iban apeltronando, reduplimiendo, hasta quedar tendido como el trimalciato de ergomanina al que se le han dejado caer unas fílulas de cariaconcia. Y sin embargo era apenas el principio, porque en un momento dado ella se tordulaba los hurgalios, consintiendo en que él aproximara suavemente sus orfelunios. Apenas se entreplumaban, algo como un ulucordio los encrestoriaba, los extrayuxtaba y paramovía, de pronto era el clinón, la esterfurosa convulcante de las mátricas, la jadehollante embocapluvia del orgumio, los esproemios del merpaso en una sobrehumítica agopausa. ¡Evohé! ¡Evohé! Volposados en la cresta del murelio, se sen

El libro del desasosiego.

El mundo es de quien no siente. La condición esencial para ser un hombre práctico es la ausencia de sensibilidad. La cualidad principal en la práctica de la vida es aquella cualidad que conduce a la acción, esto es, la voluntad. Ahora bien, hay dos cosas que estorban a la acción –la sensibilidad y el pensamiento analítico, que no es, a fin de cuentas, otra cosa que el pensamiento con sensibilidad. Toda acción es, por naturaleza, la proyección de la personalidad sobre el mundo exterior, y como el mundo exterior está en buena y en su principal parte compuesto por seres humanos, se deduce que esa proyección de la personalidad consiste esencialmente en atravesarnos en el camino ajeno, en estorbar, herir o destrozar a los demás, según nuestra manera de actuar. Para actuar es necesario, por tanto, que no nos figuremos con facilidad las personalidades ajenas, sus penas y alegrías. Quien simpatiza, se detiene. El hombre de acción considera el mundo exterior como compuesto exclusivamente de ma

Apuntes del subsuelo.

" Pero ahora repito y subrayo que tanto los individuos voluntariosos como los hombres enérgicos son activos porque son estúpidos y limitados. ¿Cómo explicar esto? Pues de la manera siguiente: a consecuencia de su limitación toman por causas primarias las que sólo son secundarias aunque inmediatas y , por lo tanto, se persuaden más pronto y fácilmente que otras personas de que han hallado una base firme para sus actos y con ello se tranquilizan, cosa que, como se sabe, es lo que en realidad importa. Al fin y al cabo, para obrar se precisa ante todo que el individuo esté absolutamente seguro de sí mismo y no tenga duda alguna. "

Libro del desasosiego.

" Tengo que escoger lo que detesto – o el sueño, que mi inteligencia odia, o la acción, que a mi sensibilidad repugna; o la acción para la que no nací, o el sueño para el que no ha nacido nadie. Resulta que como detesto a ambos, no escojo ninguno, pero, como alguna vez tengo que soñar o actuar, mezclo una cosa con la otra."

El libro de los abrazos.

"No consigo dormir. Tengo una mujer atravesada entre los párpados. Si pudiera, le diría que se vaya; pero tengo una mujer atravesada en la garganta."

Yo, otro. Crónica del cambio.

"Los recuerdos son como perros abandonados, vagabundos, nos rodean, nos miran, jadean, aúllan alzando la vista a la luna; querrías ahuyentarlos, pero no se marchan, te lamen ávidamente la mano, y cuando les das la espalda, te muerden... "

Rubaiyat.

Anoche, en un arrebato, después de vaciar mi vino, en las piedras del camino rompí mi copa, insensato. Era la embriaguez, por cierto, la que tal acto inspiró: Mas lo que la copa habló me dejó de asombro yerto: -«De tu misma esencia fui y tú de mi esencia fuiste; lo que tú de mí hiciste el destino hará de ti».

Mi interrogante.

¡Oh, pobrecita alma mía! Si el llorar y el disolverte hasta la sangre y la muerte es tu condena sombría; si el alba de cada día te trae un nuevo tormento, dime, alma, tu pensamiento: ¿Qué has venido a hacer aquí, si no has de vivir en mí más que el lapso de un momento?