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Mostrando entradas de mayo, 2009

El sol.

Por la vieja barriada, donde, de las casuchas las persianas ocultan las lujurias secretas cuando el astro cruel furiosamente hiere la ciudad y los campos, los techos y sembrados, quisiera ejercitarme en mi esgrima fantástica husmeando en los rincones azares de la rima, tropezando en las sílabas, como en el empedrado, acaso hallando versos que hace tiempo soñé. Ese padre nutricio, que huye de las clorosis, en los campos despierta los versos y las rosas; logra que se evaporen hacia el éter las penas saturando de miel cerebros y colmenas. Es el quien borra años al que lleva muletas y le torna festivo como las bellas mozas, y a las mieses ordena madurar y crecer en la inmortal entraña que desea florecer. Cuando, como un poeta, desciende a las ciudades, ennoblece la suerte de las cosas mas viles, y penetra cual rey, sin séquito ni pompa, tanto en las casas regias como en los hospitales.

El Tasso en prisión.

En su celda, el poeta, harapiento y enfermo, teniendo un manuscrito bajo su pie convulso, contempla con mirada inundada de pánico la escalera de vértigo donde su alma se abisma. Las risas enervantes que pueblan la prisión, arrastran su razón a lo absurdo y lo extraño; la duda lo rodea y el ridículo miedo, odioso y multiforme, circula en torno de él. Este genio encerrado en un antro malsano, esas muecas y gritos, espectros cuyo enjambre amotinado gira detrás de sus oídos, El soñador a quien el horror despertara, tal es tu emblema, alma de tenebrosos sueños, que ahoga la realidad entre sus cuatro muros.

La poesía.

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Llegas, silenciosa, secreta, y despiertas los furores, los goces, y esta angustia que enciende lo que toca y engendra en cada cosa una avidez sombría. El mundo cede y se desploma como metal al fuego. Entre mis ruinas me levanto, solo, desnudo, despojado, sobre la roca inmensa del silencio, como un solitario combatiente contra invisibles huestes. Verdad abrasadora, ¿A qué me empujas? No quiero tu verdad, tu insensata pregunta. ¿A qué esta lucha estéril? No es el hombre criatura capaz de contenerte, avidez que sólo en la sed se sacia, llama que todos los labios consume, espíritu que no vive en ninguna forma mas hace arder todas las formas. Subes desde lo más hondo de mí, desde el centro innombrable de mi ser, ejército, marea. Creces, tu sed me ahoga, expulsando, tiránica, aquello que no cede a tu espada frenética. Ya sólo tú me habitas, tú, sin nombre, furiosa substancia, avidez subterránea, delirante. Golpean mi pecho tus fantasmas, despiertas a

Análisis tardío.

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Sé bien, sé bien que estoy en el fondo de la fosa; que todo aquello que toco ya lo he tocado; que soy prisionero de un interés indecente; que cada convalecencia es una recaída; que las aguas están estancadas y todo tiene sabor a viejo; que también el humorismo forma parte del bloque inamovible; que no hago otra cosa que reducir lo nuevo a lo antiguo; que no intento todavía reconocer quién soy; que he perdido hasta la antigua paciencia de orfebre; que la vejez hace resaltar por impaciencia sólo las miserias; que no saldré nunca de aquí por más que sonría; que doy vueltas de un lado a otro por la tierra como una bestia enjaulada; que de tantas cuerdas que tengo he terminado por tirar de una sola; que me gusta embarrarme porque el barro es materia pobre y por lo tanto pura; que adoro la luz sólo si no ofrece esperanza.

Autorretrato

Todo lo que llevo dentro está ahí fuera. Se ha hecho -fiel a sí mismo- mi evidencia. Mis pensamientos son montes, mares, selvas, bloques de sal cegadora, flores lentas. El sol realiza mis sueños, me los crea y el viento pintor, errante, -luz, tormenta- pule y barniza mis óleos, mis poemas, y el crepúsculo y la luna los avientan. Podéis tocar con las manos mi conciencia. Gozar podéis con los ojos -negro y sepia- los colores y las tintas de mis penas. Y eso que os roza el labio, bruma o seda, es mi amor -flores o pájaros que revuelan- mis amores, criaturas libres, sueltas. Todo lo que fuera duerme, queda o pasa, todo lo que huele o sabe, toca o canta, conmigo dentro se ha hecho viva entraña, víscera oscura y distinta, sueño y alma. Si pudierais traspasarme os pasmarais. Todo está aquí, aquí dormido. Dibujada llevo en mi sangre y mi cuerpo cuerpo y sangre de patria. Luces y luces de cielo, cosas santas.    Todo lo que está aquí

No está el aire propicio para estampar mejillas.

No está el aire propicio para estampar mejillas. Se borraron la flechas que indicaban la ruta más copiosa de pájaros para los que agonizan. Se arrastran por los suelos nubes sin corazón y a la garganta trepa la impostura del mundo. No está el aire propicio para cantar tus labios, tu nuca en desacuerdo con las leyes de física ni tu pecho de interna geografía afectuosa. Las tijeras gorjean mejor que las calandrias y no vuelven ya nunca si remontan el vuelo y aquí en mi cercanía tres libros se aproximan, abiertos en la página donde muere una reina. Qué dulce despertar el del amor que existe y qué existencia clara la del ojo que duerme, velado por las alas remotas de los párpados. Pétalos de difuntas miradas, llueven, llueven y llueven, llueven, llueven. Me sepultan los pies, las rodillas, el vientre, la cintura, los hombros. Van a enterrarme vivo; van a enterrarme vivo; No está el aire propicio para soñar contigo.

Conversación.

¡Eres un bello cielo de otoño, claro y rosa! pero en mí, la tristeza asciende como el mar, y en su reflujo deja en mis cansados labios, el punzante recuerdo de sus limos amargos. -Se desliza tu mano por mi agotado pecho; lo que ella en vano busca, es un hueco asolado por las feroces garras que esconde la mujer. Mi corazón no busques, fue pasto de las fieras. Ahora es como un palacio saqueado por las turbas, donde beben, se matan, se arrancan los cabellos. -Flota un perfume en torno de tu desnudo cuello!... ¡Tú lo quieres, belleza, flagelo de las almas! Con tus ojos de fuego, como fiestas lujosas, ¡Calcina esos despojos que evitaron las fieras!

El enemigo.

Mi juventud no fue sino oscura tormenta que rara vez el sol cortó con luz brillante, trueno y lluvia ejercieron tan repetida afrenta que en mi jardín no existen los frutos incitantes. Yo que toqué el otoño del pensamiento azadas tendré que usar, rastrillos y palas poderosas, para juntar de nuevo las tierras inundadas donde los agujeros son grandes como fosas.  Quién sabe si las nuevas flores que yo he soñado encontrarán en este territorio lavado el místico alimento que las vaya elevando!  Oh dolor de dolor! Corre el tiempo, la vida, y el oscuro enemigo que nos va desangrando crece y se fortifica con la sangre perdida!

Cercanía de la muerte.

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El hombre solo habita una orilla lejana mira la tarde gris cayendo mira las hojas blancas. Rostro perdido del amor apenas canta y mueve la rueda del azar que lo acerca a la muerte. Extranjero de todo la dicha lo maldice el hombre solo a solas habla de un reino que no existe.

Cántico de dos rosas.

No digas nada, escucha a las estrellas. Tal vez te digan algo de la rosa que hay en tu jardín y a la rosa del tiempo, -la que está viva o muerta- en la arena que arde. La rosa que hay en tu jardín es bella. No la amarga hechicera que te llama desde tu nacimiento rosa oscura, que te alumbra el final y las orillas del aqueronte . No hables, que estás solo con nada indecible, siempre lejos del azul más profundo. Mira pues si el agua va a una isla donde crecen rosas ya sin ventura o venturosas; y escribe y canta. Y oye a las estrellas que hablan desde una página pedida.

De cómo estoy me hallo tan incierto.

De cómo estoy me hallo tan incierto que en vivo ardor temblando estoy de frío sin causa alternamente lloro y río abarco el orbe pero nada advierto. Es todo mi sentir un desconcierto un fuego el alma, la mirada un río de pronto espero, al punto desconfío ora divago, de repente acierto. Estando en tierra al cielo me levanto milenios son mis horas, ningún día he podido vivir sólo una hora. ¿ Pregúntasme el por qué de este quebranto? Responderlo no sé... Tal vez sería sólo porque os miré.

Laberinto.

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No habrá nunca una puerta. Estás adentro y el alcázar abarca el universo y no tiene ni anverso ni reverso ni externo muro ni secreto centro. No esperes que el rigor de tu camino que tercamente se bifurca en otro, que tercamente se bifurca en otro, tendrá fin. Es de hierro tu destino como tu juez. No aguardes la embestida del toro que es un hombre y cuya extraña forma plural da horror a la maraña de interminable piedra entretejida. No existe. Nada esperes. Ni siquiera en el negro crepúsculo la fiera.

Chau número tres.

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Te dejo con tu vida tu trabajo tu gente con tus puestas de sol y tus amaneceres sembrando tu confianza te dejo junto al mundo derrotando imposibles seguro sin seguro te dejo frente al mar descifrándote a solas sin mi pregunta a ciegas sin mi respuesta rota te dejo sin mis dudas pobres y malheridas sin mis inmadureces sin mi veteranía pero tampoco creas a pie juntillas todo no creas nunca creas este falso abandono estaré donde menos lo esperes por ejemplo en un árbol añoso de oscuros cabeceos estaré en un lejano horizonte sin horas en la huella del tacto en tu sombra y mi sombra estaré repartido en cuatro o cinco pibes de esos que vos mirás y enseguida te siguen y ojalá pueda estar de tu sueño en la red esperando tus ojos y mirándote.

Canción del que parte.

Por la virtud del alba quieres cambiar tu vida, y aferrado a la jarcia partes sin rumbo conocido. Todo es propicio, los acantilados y el arrecife duermen en la espuma, tan sólo una gaviota espera sobre el palo mayor de caoba y de luna. Quizá te aguarden para darte el amor y la palma de vino o en la orilla sin nombre, pescadores vestidos de un luto azul. Vas solo con tu alma, barajando canciones y presagios que hablan del bosque donde la hierba es tenue, lejos de la desgracia que en ti se confabula. A tu paso verás las islas que otorgan el sonido de un caracol, verás tu casa, el humo que ya aspiraron otros en la aurora. Mas, si te detienes tal vez allí se acabe tu destino; ¿y quién podrá salvarte, quién te daría lo que buscas entre hadas? Duro es partir a la fortuna; el hombre solo cierra los ojos ante el cielo y oye su propia historia si se rompe el encanto. Pero, si quieres seguir, sigue con la felicidad entre tu barca, todo está a tu favor, el cielo, la lejanía

Elegía interrumpida.

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Hoy recuerdo a los muertos de mi casa. Al primer muerto nunca lo olvidamos, aunque muera de rayo, tan aprisa que no alcance la cama ni los óleos. Oigo el bastón que duda en un peldaño, el cuerpo que se afianza en un suspiro, la puerta que se abre, el muerto que entra. De una puerta a morir hay poco espacio y apenas queda tiempo de sentarse, alzar la cara, ver la hora y enterarse: las ocho y cuarto. Hoy recuerdo a los muertos de mi casa. La que murió noche tras noche y era una larga despedida, un tren que nunca parte, su agonía. Codicia de la boca al hilo de un suspiro suspendida, ojos que no se cierran y hacen señas y vagan de la lámpara a mis ojos, fija mirada que se abraza a otra, ajena, que se asfixia en el abrazo y al fin se escapa y ve desde la orilla cómo se hunde y pierde cuerpo el alma y no encuentra unos ojos a que asirse... ¿Y me invitó a morir esa mirada? Quizá morimos sólo porque nadie quiere morirse con nosotros, nadie quiere mirarnos a los o

Vacaciones pagadas.

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He decidido marcharme para siempre. Amén. Volveré mañana porque soy viejo y tengo los pies muy resentidos e hinchados por la gota. Pero volveré a marcharme pasado mañana, rejuvenecido por el asco. Para siempre jamás. Amén. Pasado mañana no, el otro, volveré, paloma de raza mensajera, como ella estúpido, aunque no tan recto, ni blanco tampoco. Emponzoñado de mitos, con las alforjas colmadas de blasfemias, huesudo y chupado y legañoso, príncipe desposeído hasta de sus sueños, Job de pocilga; con la lengua cortada, castrado, pasto de la piojería. Tomaré el tren de vacaciones pagadas. Agarrado al tope. La tierra que fue nuestra herencia, huye de mí. Es un chorro entre las piernas que me rechaza. Herbaza, pedregal: signos de amor disueltos en vergüenza. ¡Oh, tierra sin ciclo! Pero miradme: otra vez he vuelto. Solo, casi ciego de tanta lepra. Mañana me voy -no os engaño esta vez. Sí, sí: me voy a gatas como el tatarabuelo, por el atajo de los contrabandistas

Letanía.

Mentiras gordas o finas, firmes o tiernas -juramentos, besos-; vivas -cual sangre fresca-; sabias, agradecidas. Trolas y patrañas. Medias mentiras. Y mentiras históricas que hoy achacamos a los mentirosos bisabuelos. Mentiras literarias -en cada verso, dos mentiras-. Mentiras metafísicas -el ser y el tiempo ¡rediez !-. Mentiras técnicas, científicas: cifras que se vuelven máquinas y máquinas que mienten cual leyendas locas. Y mentiras de fe, que son la triste gran misericordia del cielo para los sufrientes y míseros de la tierra; altas mentiras fabulosas que un día, no sé cómo, dicen, serán certezas (gracias, Señor, por adelantado, a cuenta sin garantías, por si así fuese. ¡Amén, amén, Señor! Señor, ¿oyes el grito? ¡Para que la muerte, al rematarnos, mienta!)

Cloaca: Mierda de autor (humor)

Comida y sabor del semen. (humor)

Visible, invisible.

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Visible, invisible el carretero en el horizonte entre los brazos del camino llama, contesta a la voz de las islas. Tampoco yo voy a la deriva, en torno gira el mundo, leo mi historia como guardián nocturno en las horas de lluvia. El secreto tiene márgenes felices, estratagemas, atracciones difíciles. Mi vida, habitantes crueles y sonrientes de mis caminos, de mis paisajes, no tiene manijas en las puertas. No me preparo para la muerte, conozco el principio de las cosas, el fin es una superficie por la que viaja el invasor de mi sombra. Yo no conozco las sombras.

El peor de los pecados.

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He cometido el peor de los pecados que un hombre puede cometer. No he sido feliz. Que los glaciares del olvido me arrastren y me pierdan, despiadados. Mis padres me engendraron para el juego arriesgado y hermoso de la vida, para la tierra, el agua, el aire, el fuego. Los defraudé. No fui feliz. Cumplida no fue su joven voluntad. Mi mente se aplicó a las simétricas porfías del arte, que entreteje naderías. Me legaron valor. No fui valiente. No me abandona. Siempre está a mi lado La sombra de haber sido un desdichado.

Los espejos.

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(fragmentos) Hoy, al cabo de tantos y perplejos años de errar bajo la varia luna, me pregunto qué azar de la fortuna hizo que yo temiera los espejos. Infinitos los veo, elementales ejecutores de un antiguo pacto, multiplicar el mundo como el acto generativo, insomnes y fatales. Todo acontece y nada se recuerda en esos gabinetes cristalinos donde, como fantásticos rabinos, leemos los libros de derecha a izquierda. Que haya sueños es raro, que haya espejos, que el usual y gastado repertorio de cada día incluya el ilusorio orbe profundo que urden los reflejos. Dios (he dado en pensar) pone un empeño en toda esa inasible arquitectura que edifica la luz con la tersura del cristal y la sombra con el sueño. Dios ha creado las noches que se arman de sueños y las formas del espejo para que el hombre sienta que es reflejo y vanidad. Por eso no alarman. Yo que sentí el horror de los espejos no sólo ante el cristal impenetrable donde acaba y empieza, inhabitable

I. El libro.

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El lugar era oscuro y polvoriento, un rincón perdido en un laberinto de viejas callejuelas junto a los muelles, que olían a cosas extrañas traídas de ultramar, entre curiosos jirones de niebla que el viento del oeste dispersaba. Unos cristales romboidales, velados por el humo y la escarcha, dejaban apenas ver los montones de libros, como árboles retorcidos pudriéndose del suelo al techo... ventisqueros de un saber antiguo que se desmoronaba a precio de saldo. Entré, hechizado, y de un montón cubierto de telarañas cogí el volumen más a mano y lo hojeé al azar, temblando al leer raras palabras que parecían guardar algún secreto, monstruoso para quien lo descubriera. Después, buscando algún viejo vendedor taimado, sólo encontré el eco de una risa.

Otras veces.

Quisiera estar en otra parte, mejor en otra piel, y averiguar si desde allí la vida, por las ventanas de otros ojos, se ve así de grotesca algunas tardes. Me gustaría mucho conocer el efecto abrasivo del tiempo en otras vísceras, comprobar si el pasado impregna los tejidos del mismo zumo acre, si todos los recuerdos en todas las memorias desprenden este olor a fruta madura mustia y a jazmín podrido. Desearía mirarme con las pupilas duras de aquel que más me odia, para que así el desprecio destruya los despojos de todo lo que nunca enterrará el olvido.

Los enigmas.

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Yo que soy el que ahora está cantando. Seré mañana el misterioso, el muerto, el morador de un mágico y desierto orbe sin antes ni después ni cuándo. Así afirma la mística. Me creo indigno del Infierno o de la Gloria, pero nada predigo. Nuestra historia cambia como las formas de Proteo. ¿Qué errante laberinto, qué blancura ciega de resplandor será mi suerte, cuando me entregue el fin de esta aventura la curiosa experiencia de la muerte? Quiero beber su cristalino olvido, ser para siempre; pero no haber sido.

Soy.

Soy el que sabe que no es menos vano que el vano observador que en el espejo de silencio y cristal sigue el reflejo o el cuerpo (da lo mismo). Soy, tácitos amigos, el que sabe que no hay otra venganza que el olvido ni otro perdón. Un dios ha concedido al odio humano esta curiosa llave. Soy el que pese a tan ilustres modos de errar, no ha descifrado el laberinto singular y plural, arduo y distinto, del tiempo, que es de uno y es de todos. Soy el que es nadie, el que no fue una espada en la guerra. Soy eco, olvido, nada.

Nostalgia.

¿De qué se nutre la nostalgia? Uno evoca dulzuras cielos atormentados tormentas celestiales escándalos sin ruido paciencias estiradas árboles en el viento oprobios prescindibles bellezas del mercado cánticos y alborotos lloviznas como pena escopetas de sueño perdones bien ganados pero con esos mínimos no se arma la nostalgia son meros simulacros la válida la única nostalgia es de tu piel.

Ese gran simulacro.

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(fragmentos) Cada vez que nos dan clases de amnesia como si nunca hubieran existido los combustibles ojos del alma o los labios de la pena huérfana cada vez que nos dan clases de amnesia y nos conminan a borrar la ebriedad del sufrimiento, me convenzo de que mi región no es la farándula de otros. En mi región hay calvarios de ausencia, muñones de porvenir, arrabales de duelo, pero también candores de mosqueta, pianos que arrancan lágrimas, cadáveres que miran aún desde sus huertos, nostalgias inmóviles en un pozo de otoño, el día o la noche en que el olvido estalle, salte en pedazos o crepite, los recuerdos atroces y de maravilla quebrarán los barrotes de fuego, arrastrarán por fin la verdad por el mundo y esa verdad será que no hay olvido.

En mi existías.

Has vencido y me rindo, pero a partir de ahora tu también estas muerto, muerto para el mundo, para el cielo y la esperanza, En mi existías, y en mi muerte observa, gracias a esta imagen que es la tuya, hasta que punto te has matado a ti mismo.