ME ENAMORÉ DE UN PEZ.




Me enamoré de un pez y me lo llevé a un hotel de cinco estrellas. En el transcurso de la noche, cuando por fin logramos consumar nuestro amor (era muy escurridizo), descubrí que no era virgen. Decidí pasarlo por alto a sabiendas de lo mal mirado que estaba eso en el pueblo. Mucho más me costó ignorar sus ojos, blancos aun horas después del orgasmo. Esto al principio aduló mis artes amatorias, pero luego con su rigidez, su parquedad, su sangre fría y el no querer intercambiar después de tanta intimidad algunas frases tiernas, o al menos un cigarrillo, caí en la cuenta de que lo nuestro quedaría en una historia de sábanas y escamas.



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