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Mostrando entradas de junio, 2009

Heladas por el presente.

Soy una mujer que se alejó del mar. El pequeño fin, como dije. Ponerse la toalla, el pequeño trozo de pared, pon la mano y échate sobre mí, un poco lejos, el pecho es piedra. Sobre mí deja la cal un rastro de tres dedos, debió apretar más con el pulgar que con el índice. Luego esa porquería de libro y la camarera que nos trajo la bandeja oxidada el amor no cabe en fuente alguna tumbas tierra adentro ondulaciones de tierra raíces secas brotes de ramas retorcida hiedra tierra adentro la mano, la cal, la bandeja, la camarera, el mar.

Tú crees en el ron del café, en los presagios.

Tú crees en el ron del café, en los presagios, y crees en el juego; yo no creo más que en tus ojos azulados. Tú crees en los cuentos de hadas, en los días nefastos y en los sueños; yo creo solamente en tus bellas mentiras. Tú crees en un vago y quimérico Dios, o en un santo especial, y, para curar males, en alguna oración. Mas yo creo en las horas azules y rosadas que tú a mí me procuras y en voluptuosidades de hermosas noches blancas.   Y tan profunda es mi fe y tanto eres para mí, que en todo lo que yo creo sólo vivo para ti.

Una carta de mujer.

Te escribo, aunque ya sé que ninguna mujer debe escribir; lo hago, para que lejos en mi alma puedas leer cómo al partir. No he de trazar un signo que en ti mejor grabado no exista ya. De quien se ama, el vocablo cien veces pronunciado nuevo será. La dicha sea contigo; yo sólo he de esperar, y aunque distante, yo me siento ir a ti para ver y escuchar tu paso errante. ¡ Jamás la golondrina al cruzar el sendero pueda apartarte ! Será mi fiel cariño que pasará ligero para rozarte… Tú te vas, como todo se va… Su éxodo emprenden la luz, la flor; el estío te sigue; las tormentas sorprenden mi triste amor. De esperanza y zozobra suspira mientras tanto el que no ve… Repartámoslo bien: a mí me queda el llanto, a ti la fe. Yo no quiero que sufras, que está muy arraigado mi amor por ti. Quien desea dolores para el ser adorado guarda odio a sí. ¡Cuán divino es! Mas, esperad.

Dame, llama invisible, espada fría.

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Dame, llama invisible, espada fría, tu persistente cólera, para acabar con todo, oh mundo seco, oh mundo desangrado, para acabar con todo. Arde, sombrío, arde sin llamas, apagado y ardiente, ceniza y piedra viva, desierto sin orillas. Arde en el vasto cielo, laja y nube, bajo la ciega luz que se desploma entre estériles peñas. Arde en la soledad que nos deshace, tierra de piedra ardiente, de raíces heladas y sedientas. Arde, furor oculto, ceniza que enloquece, arde invisible, arde como el mar impotente engendra nubes, olas como el rencor y espumas pétreas. Entre mis huesos delirantes, arde; arde dentro del aire hueco, horno invisible y puro; arde como arde el tiempo, como camina el tiempo entre la muerte, con sus mismas pisadas y su aliento; arde como la soledad que te devora, arde en ti mismo, ardor sin llama, soledad sin imagen, sed sin labios. Para acabar con todo, oh mundo seco, para acabar con todo.

Bajo tu clara sombra.

Un cuerpo, un cuerpo solo, un sólo cuerpo un cuerpo como día derramado y noche devorada; la luz de unos cabellos que no apaciguan nunca la sombra de mi tacto; una garganta, un vientre que amanece como el mar que se enciende cuando toca la frente de la aurora; unos tobillos, puentes del verano; unos muslos nocturnos que se hunden en la música verde de la tarde; un pecho que se alza y arrasa las espumas; un cuello, sólo un cuello, unas manos tan sólo, unas palabras lentas que descienden como arena caída en otra arena....   Esto que se me escapa, agua y delicia obscura, mar naciendo o muriendo; estos labios y dientes, estos ojos hambrientos, me desnudan de mí y su furiosa gracia me levanta hasta los quietos cielos donde vibra el instante; la cima de los besos, la plenitud del mundo y de sus formas.

Cuerpo a la vista.

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Y las sombras se abrieron otra vez y mostraron su cuerpo: tu pelo, otoño espeso, caída de agua solar, tu boca y la blanca disciplina de tus dientes caníbales, prisioneros en llamas, tu piel de pan apenas dorado y tus ojos de azúcar quemada, sitios en donde el tiempo no transcurre, valles que sólo mis labios conocen, desfiladero de la una que asciende a tu garganta entre tus senos, cascada petrificada de la nuca, alta meseta de tu vientre, playa sin fin de tu costado. Tus ojos son los ojos fijos del tigre y un minutos después son los ojos húmedos del perro. Siempre hay abejas en tu pelo. Tu espalda fluye tranquila bajo mis ojos como las espalda del río a la luz del incendio. Aguas dormidas golpean día y noche tu cintura de arcilla y en tus costas, inmensas como los arenales de la luna, el viento sopla por mi boca y un largo quejido cubre con sus dos alas grises la noche de los cuerpos, como la sombra del águila la soledad del páramo. Las uñas de los ded

Como quien oye llover.

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Óyeme como quien oye llover, ni atenta ni distraída, pasos leves, llovizna, agua que es aire, aire que es tiempo, el día no acaba de irse, la noche no llega todavía, figuraciones de la niebla al doblar la esquina, figuraciones del tiempo en el recodo de esta pausa, óyeme como quien oye llover, sin oírme, oyendo lo que digo con los ojos abiertos hacia adentro, dormida con los cinco sentidos despiertos, llueve, pasos leves, rumor de sílabas, aire y agua, palabras que no pesan: lo que fuimos y somos, los días y los años, este instante, tiempo sin peso, pesadumbre enorme, óyeme como quien oye llover, relumbra el asfalto húmedo, el vaho se levanta y camina, la noche se abre y me mira, eres tú y tu talle de vaho, tú y tu cara de noche, tú y tu pelo, lento relámpago, cruzas la calle y entras en mi frente, pasos de agua sobre mis párpados, óyeme como quien oye llover, el asfalto relumbra, tú cruzas la calle, es la niebla errante en la noche, como quien oye llo

La calle.

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Es una calle larga y silenciosa. Ando en tinieblas y tropiezo y caigo y me levanto y piso con pies ciegos las piedras mudas y las hojas secas y alguien detrás de mí también las pisa: si me detengo, se detiene; si corro, corre. Vuelvo el rostro: nadie. Todo está oscuro y sin salida, y doy vueltas y vueltas en esquinas que dan siempre a la calle donde nadie me espera ni me sigue, donde yo sigo a un hombre que tropieza y se levanta y dice al verme: nadie.

Inmóvil en la luz, pero danzante.

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Inmóvil en la luz, pero danzante, tu movimiento a la quietud se cría en la cima del vértigo se alía deteniendo, no al vuelo, sí al instante. Luz que no se derrama, ya diamante, detenido esplendor del mediodía, sol que no se consume ni se enfría de cenizas y fuego equidistante. Espada, llama, incendio cincelado, que ni mi sed aviva ni la mata, absorta luz, lucero ensimismado: tu cuerpo de sí mismo se desata y cae y se dispersa tu blancura y vuelves a ser agua y tierra oscura.

Las promesas de un rostro.

Yo amo, ¡oh, pálida beldad!, tus pestañas entornadas, de las que parecen derramarse las tinieblas, tus ojos, bien que renegridos, me inspiran ideas que no son del todo fúnebres. Tus ojos, que concuerdan con tus negros cabellos, con tu melena elástica, tus ojos, lánguidamente, me dicen: - Si tú quieres, amante de la musa plástica, seguir la esperanza que en ti hemos excitado, y todos los gustos que tú profesas, podrás comprobar nuestra veracidad desde el ombligo hasta las nalgas, encontrarás en la punta de ambos senos bien abundantes, dos grandes medallones de bronce, y bajo un vientre terso, suave como de terciopelo, bistre como en la piel de un bonzo, un abundante vellón que verdaderamente, es hermano de esta enorme cabellera, suave y rizada, y que te iguala en espesor. Noche sin estrellas ¡ Noche oscura !

Espejo

Hay una noche, un tiempo hueco, sin testigos, una noche de uñas y silencio, páramo sin orillas, isla de yelo entre los días; una noche sin nadie sino su soledad multiplicada. Se regresa de unos labios nocturnos, fluviales, lentas orillas de coral y savia, de un deseo, erguido como la flor bajo la lluvia, insomne collar de fuego al cuello de la noche, o se regresa de uno mismo a uno mismo, y entre espejos impávidos un rostro me repite a mi rostro, un rostro que enmascara a mi rostro. Frente a los juegos fatuos del espejo mi ser es pira y es ceniza, respira y es ceniza, y ardo y me quemo y resplandezco y miento un yo que empuña, muerto, una daga de humo que le finge la evidencia de sangre de la herida, y un yo, mi yo penúltimo, que sólo pide olvido, sombra, nada, final mentira que lo enciende y quema. De una máscara a otra hay siempre un yo penúltimo que pide. Y me hundo en mí mismo y no me toco.

La cita.

Yo no me detendré; y tú camina como si no nos conociésemos. Las confusas voces y las difíciles señales de la ciudad, me turban; por los ojos de los demás y por los espejos, me descubre la muerte y me hace preguntas. Mujer, anda, al otro lado del carril hay que emprender el descenso. Sigue, entonces, el recodo. Pasado el puente de piedra, atajo arriba. No tuerzas a mano izquierda hasta que encuentres el recinto plantado de cipreses vivos y de cruces muertas. Quizá yo te haya adelantado; si no, espérame. Y no sentada, de pie, entera, vertical, no como los demás. Nos cuadraría un cielo bien alto, un mediodía despejado por el viento de los grandes viajes. La noche es harto piadosa. Y con tantas estrellas ilusiona. Mujer, la vida es moda, ya lo sabes. Desde hoy se impone la escondida manera de la desnudez hacia la línea ósea hasta el polvo primero y último. Desprevenidos y decepcionados, despidámonos y desmemoriémonos con nulos gestos de mármol. La gravedad es

Paisaje.

Deseo, para escribir castamente mis églogas, dormir cerca del cielo, cual suelen los astrólogos, y escuchar entre sueños, vecino a las campanas, sus cánticos solemnes que propalan los vientos. El mentón en las manos, tranquilo en mi buhardilla, observaré el taller que parlotea y canta; las chimeneas, las torres, esos urbanos mástiles, y los cielos que invitan a soñar con lo eterno. Es dulce ver surgir a través de las brumas la estrella en el azul, la luz en la ventana, alzarse al firmamento los ríos del carbón y derramar la luna su desvaído hechizo. Veré las primaveras, los estíos, los otoños, y al llegar el invierno de monótonas nieves, cerraré a cal y canto postigos y mamparas, para alzar en la noche mis feéricos palacios. Y entonces soñaré con zarcos horizontes, jardines, surtidores quejándose en el mármol, con besos y con pájaros que cantan noche y día, lo que el idilio alberga de puro y de infantil. El motín, golpeando sin éxito en los vidrios, no hará q

Proyecto de epílogo.

Tranquilo como un sabio, manso como un maldito, dije: te amo, oh mi beldad, oh encantadora mía... cuántas veces... tus orgías sin sed, tus amores sin alma, tu gusto de infinito que en todo, hasta en el mal, se proclama, tus bombas, tus puñales, tus victorias, tus fiestas, tus barrios melancólicos, tus suntuosos hoteles, tus jardines colmados de intrigas y suspiros, tus templos vomitando musicales plegarias, tus pueriles rabietas, tus juegos de vieja loca, tus desalientos; tus fuegos de artificio, erupciones de gozo, que hacen reír al cielo, tenebroso y callado. Tu venerable vicio, que en la seda se ostenta, y tu virtud risible, de mirada infeliz y dulce, extasiándose en el lujo que muestra...  tus principios salvados, tus vulnerables leyes, tus altos monumentos donde la bruma pende, tus torres de metal que el sol hace brillar, tus reinas de teatro de encantadoras voces, tus toques de rebato, tu cañón que ensordece, tus empedrados mágicos que alzan las fortale

A algunos radicales.

El espíritu, la dignidad mundana, el arribismo inteligente, la elegancia, el traje a la inglesa y el chiste francés, el juicio tanto más duro cuanto más liberal, la sustitución de la razón por la piedad, la vida como apuesta para perder como señores, os han impedido saber quiénes sois: conciencias siervas de la norma y del capital.

Los ciegos.

¡Contémplalos, alma mía, son realmente horrendos! parecidos a maniquíes, vagamente ridículos, terribles, singulares como los sonámbulos, asestando, no se sabe dónde, sus globos tenebrosos. Sus ojos, de donde la divina chispa ha partido. Como si miraran a lo lejos, permanecen elevados hacia el cielo, no se les ve jamás hacia los suelos, inclinar soñadores su cabeza abrumada. Atraviesan así el negror ilimitado, este hermano del silencio eterno. ¡Oh, ciudad! mientras que alrededor nuestro, tú cantas, ríes y bramas, prendada del placer hasta la atrocidad, ¡mira! ¡yo me arrastro también! pero, más que ellos, ofuscado, pregunto: ¿Qué buscan en el cielo, todos estos ciegos?

Nocturno.

Enséñame quien eres tú en las noches de amargo sueño, si de aquél olvido cantable, luna mortal o bella historia. Nada sabe mi corazón de celestes apariciones si ha sido siempre un extranjero en las músicas de tu mano. Mas a la sombra esperaré a la sombra del almendro blanco para que me digas tu nombre donde la azul rosa termina. Apiádate que llega el alba y a tu silencio me abandonas siento que mi hora está cerca y he reinado sobre fantasmas.

El hombre de arena.

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(fragmentos-nombres en español) Ruben a Luis Sin duda estaréis inquietos porque hace tanto tiempo que no os escribo. Pensareis que vivo en tal torbellino de alegría pero no es así. ¡Algo espantoso se ha introducido en mi vida!. Sombríos presentimientos de un destino cruel y amenazador se ciernen sobre mí. Debo decirte lo que me ha sucedido. Debo hacerlo, es preciso, pero sólo con pensarlo oigo a mi alrededor risas burlonas.¡Ay, querido Luis, cómo hacer para intentar solamente que comprendas que lo que me sucedió hace unos días ha podido turbar mi vida de una forma terrible!. En pocas palabras, la horrible visión que tuve, y cuya mortal influencia intento evitar, consiste simplemente en que un vendedor de barómetros entró en mi casa y me ofreció su mercancía. No compré nada y le amenacé con precipitarle escaleras abajo, pero se marchó al instante.Sospechas sin duda que circunstancias concretas que han marcado profundamente mi vida, conceden relevancia a este insignificante a