Soy la canción fatal de Eleanor Rigby.


Estoy lanzando piedras contra la oreja sorda. 
Cambiante de ambos mundos. 
Esto es la soledad y sus crepitaciones. 
Estoy haciendo señas junto al tonto paciente 
que yace en la colina y con la pobre loca 
que remienda sus cuitas en un banco del parque. 
Por sus dedos conclusos. De tejedora rota. 
Destilan los retazos. La crónica final del abandono. 
Le digo que me espere. 
No es tiempo de morir a la sombra 
marchita de los álamos. 
Estoy lanzando piedras contra la oreja sorda. 
Sangrante de este mundo. 
Este mundo convexo que muestra sus espaldas. 
Se extraviaron los planos 
que ayuden a escapar del Laberinto. 
Estoy lanzando piedras: soy la loca del parque. 
Soy el tonto decrépito que yace en la colina. 
Soy la canción fatal de Eleanor Rigby. Y soy la antología 
de los que mueren solos. Sin traspasar el túnel. 
Sigo lanzando piedras. Estoy cansada y sigo. 
La loca muestra impúdica 
la mueca desdentada de su hastío. 
Vira al revés su bolso. Esparce pieza a pieza 
su manojo de olvidos. 
Le digo que me espere: no es tiempo de morir 
a la sombra marchita de los álamos. 
No resisto esta paz de abrevadero. Ni la culpa redonda 
pendiente del manzano. Ni la flecha buscando 
centro en mi cabeza. 
Estoy lanzando piedras. Quizás encuentren eco. 
O las devore el fondo. 

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