Madrigal.


Has abierto mi libro y vas, despacio,
con atención, leyéndolo. Tus ojos
se detienen ahora ante esta página.
Empiezas a leer y te das cuenta
muy pronto de que en ella hablo de ti.
Para advertirlo, como yo esperaba,
no necesitas ver tu nombre impreso
en el papel, porque de sobra sabes
que a ti sola te canto. En ti, mi voz
tiene su origen y su cumplimiento,
su razón de existir: al celebrarte,
hallo dichosa ocupación y soy
fiel al destino que me justifica.

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