El buen dolor.

Aún cuando tu familia no estaba todavía en la pobreza, sino que pertenecía a ese sector que se denomina hipócritamente gente humilde, un peldaño por debajo de la clase media, aun cuando la enfermedad no se había instalado en la casa, flanqueándolos, empezabas a darte cuenta de que determinados sentimientos que generan la pobreza y la enfermedad iban a perseguirte siempre, por más fugas que tramaras. Si los experimentaste una vez, esa vez es para siempre. Vayas donde fueres, estarán siempre con vos. Podés huir de la pobreza y la enfermedad, pero no de sus efectos. Terror, repulsión, vértigo se funden, a veces, en una alteración de las percepciones de tiempo y espacio, los reflejos asustados y temblorosos como después de una resaca fuerte. Podés emborracharte con el dolor. La alegría, cuando sucede, tiene entonces el gusto de un café con leche con medialunas después de haber dado sangre.

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