La ley de la solidaridad social es la primera ley humana.



La ley de la solidaridad social es la primera ley humana; la libertad es la segunda ley.

Esas dos leyes se interpretan y, al ser inseparables, constituyen la esencia de la humanidad.
La libertad es indivisible: no puede suprimirse una parte de la misma sin matarla toda.
Esa pequeña parte que suprimís es la esencia misma de mi libertad, lo es todo.
Mi libertad personal así confirmada por la libertad de todos se extiende hasta el infinito.

Y cuando reivindicamos la libertad de las masas no pretendemos en absoluto abolir ninguna de las influencias naturales de ningún individuo ni de ningún grupo de individuos que ejercen su acción sobre ellas. Lo que queremos es la abolición de las influencias artificiales, privilegiadas, legales, oficiales.

Si la Iglesia y el Estado pudieran ser instituciones privadas, nosotros seríamos indudablemente sus adversarios, pero no protestaríamos contra su derecho de existir.

Pero protestamos contra ellos porque siendo indudablemente instituciones privadas en el sentido de que sólo existen en efecto para el interés particular de las clases privilegiadas, no por ello se sirven menos de la fuerza colectiva de las masas organizadas con objeto de imponerse autoritaria, oficial y violentamente a las masa.

La única grande y todopoderosa autoridad natural y racional a la vez, la única que podamos respetar, será la del espíritu colectivo y público de una sociedad basada en la igualdad y en la solidaridad, así como en la libertad y en el respeto humano y mutuo de todos sus miembros.

Sí, he aquí una autoridad sin nada de divino absolutamente humana, pero ante la cual nos inclinaremos con gusto, seguros de que lejos de sojuzgarles, emancipará a los hombres. Será mil veces más poderosa, estad seguros, que todas vuestras autoridades divinas, teológicas, metafísicas, políticas y jurídicas instituidas por la Iglesia y el Estado, más poderosa que vuestros criminales códigos, vuestros carceleros y vuestros verdugos.

En casi todos los países las mujeres son esclavas; mientras que no sean completamente emancipadas, nuestra propia libertad será imposible.

Sólo soy verdaderamente libre cuando todos los seres humanos que me rodean, hombres y mujeres, son igualmente libres, de manera que cuanto más numerosos son los hombres libres que me rodean y más profunda y más amplia es su libertad, más extensa, más profunda y más amplia viene a ser mi libertad.

Sólo puedo decirme auténticamente libre cuando mi libertad o, lo que significa lo mismo, mi dignidad de hombre, mi derecho humano, reflejados por la conciencia igualmente libre de todos, vuelven a mí confirmados por el asentimiento de todos.

Estimables patriotas parece que no quieren considerar en absoluto una cosa. Que un pueblo que bajo cualquier pretexto sufre la tiranía a la larga pierde necesariamente el saludable hábito de rebelarse y hasta el instinto mismo de la rebelión. Pierde el sentimiento de la libertad, la voluntad y el hábito, de ser libre, pasa necesariamente a ser un pueblo esclavo, no sólo por sus condiciones exteriores sino interiormente, en la esencia misma de su ser.

Afirman que sólo la dictadura -la suya, evidentemente- puede crear la voluntad del pueblo; nosotros les respondemos: ninguna dictadura puede tener otro objeto que el de perpetuarse, ninguna dictadura sabría engendrar y desarrollar en el pueblo que la soporta algo más que esclavitud; la libertad sólo puede ser creada por la libertad.

Cada uno lleva en sí el germen, y es sabido que todo germen, por una ley fundamental de la vida, ha de desarrollarse y crecer necesariamente por poco que halle en su ambiente condiciones favorables a su desarrollo. Esas condiciones en la sociedad humana son la estupidez, la ignorancia, la indiferencia apática y los hábitos serviles en las masas; de modo que se puede decir con justicia que son las mismas masas las que producen esos explotadores, esos opresores, esos déspotas, esos verdugos de la humanidad de los que son víctima.

Así pues, queda claro que la ausencia de oposición y de control continuos se convierten inevitablemente en fuente de depravación para todos los individuos que se hallan investidos de cualquier poder social; y que quienes de entre ellos desean salvar su personal moralidad deben cuidar ante todo de no guardar durante un tiempo excesivo ese poder.

Jamás me cansaré de repetirlo: la uniformidad es la muerte. La diversidad es la vida. La unidad disciplinaria, que sólo puede establecerse en cualquier medio social en detrimento de la espontaneidad creadora del pensamiento y de la vida, mata las naciones.

La unidad viva, realmente poderosa, la que todos queremos, es la que la libertad crea en el seno mismo de las libres y diversas manifestaciones de la vida, expresándose por la lucha: es el equilibrio y la armonización de todas las fuerzas vivas.

Soy un partidario convencido de la “igualdad económica y social”, puesto que sé que fuera de esa igualdad, la libertad, la justicia, la dignidad humana, la moralidad y el bienestar de los individuos, así como la prosperidad de las naciones no serán más que una serie de embustes. Pero, sin embargo, como partidario de la libertad (esa condición primera de la humanidad) creo que la igualdad ha de establecerse en el mundo mediante la organización espontánea del trabajo y de la propiedad colectiva de las asociaciones productoras libremente organizadas, y no a través de la acción suprema y tutelar del Estado.

Mijail Bakunin
obrazek

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