Gestos.

Una mirada, un gesto, cambiarán nuestra raza.
Cuando actúa mi mano, tan sin entendimiento
y sin gobierno, pero con errabunda resonancia,
y sondea, buscando calor y compañía en este espacio
en donde tantas otras han vibrado, ¿qué quiere decir?
Cuántos y cuántos gestos como un sueño mañanero,
pasaron. Como esa casera mueca de las figurillas
de la baraja: aunque dejando herida o beso, sólo azar entrañable.

Más luminoso aún que la palabra, nuestro ademán, como ella
roído por el tiempo, viejo como la orilla del río, ¿qué significa?
¿Por qué desplaza el mismo aire el gesto de la entrega o del robo,
el que cierra una puerta o el que la abre, el que da luz o apaga?
¿Por qué es el mismo el giro del brazo cuando siembra
que cuando siega, el de amor que el de asesinato?

Nosotros, tan gesteros pero tan poco alegres,
raza que sólo supo tejer banderas, raza de desfiles,
de fantasías y de dinastías, hagamos otras señas.
No he de leer en cada palma, en cada movimiento,

como antes. No puedo ahora frenar la rotación inmensa
del abrazo para medir su órbita y recorrer su emocionada curva.

No, no son tiempos de mirar con nostalgia
esa estela infinita del paso de los hombres.
Hay mucho que olvidar y más aún que esperar.

Tan silencioso como el vuelo del búho, un gesto claro,
de sencillo bautizo, dirá, en un aire nuevo,
su nueva significación, su nuevo uso.

Yo solo, si es posible, pido, cuando me llegue la hora mala,
la hora de echar de menos tantos gestos queridos,
tener fuerza, encontrarlos como quien halla

un fósil (acaso una quijada aún con el beso trémulo) de una raza extinguida.

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