El maldicionero.

(fragmentos)


A los poetas que murieron
cuando éramos niños,
mutilados de lengua,
del sonido y del aire.

A los poetas revolucionarios,
prisioneros, maestros
de la voz, antipájaros
que un día se estrellaron
en el vómito del agua.

Bajo mis pies hay una
ciudad de pájaros
subterráneos,
la noche los ahoga.

El cuervo endurece,
lo hace indiferente
a la humillación,
tantas veces repetida
la circunferencia en el aire,
¿qué importa que el aire sea distinto?,
buscador incansable de una línea.

El hipócrita oído
se hace inofensivo,
la tierra cae y se filtra
con la delicadeza de su peso,
la humedad de la hoja desprendida
renace en el ojo, tierra y sal
se identifican en un nuevo
estilo de soledad.

El agua deja su sabor
y se detiene en la sombra,
nadie sabe que estuvo
de visita, habló del contenido
de una sustancia que denunciará
la debilidad de los sentidos.

La lengua se neutraliza
y a la arena le crece
una uña de pasto.

Cuando apenas era un niño
su espíritu se pegó a su piel,
poeta de una sola vez
que aún no termina.

Con los dedos guardados
en la cintura de algún lugar,
mundo de eternidades, tallada
con el color de un hasta ahora imposible.

Qué fácil suceden
estas cosas, perderse
de vista con la sospecha
de lo mismo de siempre,
soledad inmensa
que nos vive de sobra,

¿Para qué seguir masticando edades?

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