La cita.

Yo no me detendré; y tú camina
como si no nos conociésemos.
Las confusas voces y las difíciles señales de la ciudad,
me turban; por los ojos de los demás y por los espejos,
me descubre la muerte y me hace preguntas.

Mujer, anda,
al otro lado del carril
hay que emprender el descenso.
Sigue, entonces, el recodo.
Pasado el puente de piedra,
atajo arriba.
No tuerzas a mano izquierda
hasta que encuentres el recinto plantado
de cipreses vivos y de cruces muertas.
Quizá yo te haya adelantado; si no, espérame.
Y no sentada, de pie, entera, vertical, no como los demás.

Nos cuadraría un cielo bien alto, un mediodía despejado
por el viento de los grandes viajes. La noche es harto piadosa.
Y con tantas estrellas ilusiona.

Mujer, la vida es moda, ya lo sabes.
Desde hoy se impone
la escondida manera de la desnudez
hacia la línea ósea
hasta el polvo primero y último.

Desprevenidos y decepcionados,
despidámonos y desmemoriémonos
con nulos gestos de mármol.
La gravedad es infalible.

¿Quién sabe, empero, si en la hora undécima no nos plantarán las alas?
Jamás pretendí entender misterio alguno. Abrumado de leyes supremas,
ignoro con tino mortal y con avaricia.

Y ahora, mujer, camina.

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