Paisaje.


Deseo, para escribir castamente mis églogas,
dormir cerca del cielo, cual suelen los astrólogos,
y escuchar entre sueños, vecino a las campanas,
sus cánticos solemnes que propalan los vientos.

El mentón en las manos, tranquilo en mi buhardilla,
observaré el taller que parlotea y canta;
las chimeneas, las torres, esos urbanos mástiles,
y los cielos que invitan a soñar con lo eterno.

Es dulce ver surgir a través de las brumas
la estrella en el azul, la luz en la ventana,
alzarse al firmamento los ríos del carbón
y derramar la luna su desvaído hechizo.

Veré las primaveras, los estíos, los otoños,
y al llegar el invierno de monótonas nieves,
cerraré a cal y canto postigos y mamparas,
para alzar en la noche mis feéricos palacios.

Y entonces soñaré con zarcos horizontes,
jardines, surtidores quejándose en el mármol,
con besos y con pájaros que cantan noche y día,
lo que el idilio alberga de puro y de infantil.

El motín, golpeando sin éxito en los vidrios,
no hará que del pupitre se levante mi frente,
pues estaré gozando la voluptuosidad,
de que la primavera a mi capricho irrumpa,
de hacer que se alce un sol en mi pecho, y crear
una atmósfera tierna de mis ideas quemantes.

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