Aquel ahora.






Las posibilidades de volverte a encontrar eran remotas.
Una entre un billón. Y habiendo infinitos lugares dispersos por los números
de un cálculo improbable, quién imaginaría que te iba a ver en esa cantina,
transformándote en luz de aquel entonces feliz,
o eso quisieron creer años atrás aquellos dos que fuimos.

Estabas allí, tú de pronto y sin aviso previo, con una tímida sonrisa,
recargada en el hombro de un tipo de aspecto deleznable
que podría haber sido yo.
No reconociste mi rostro entre la gente del bar. Aunque tal vez,
supongo, pretendías saber adónde y cuándo miraste mis facciones,
en qué sitio más joven hiciste un alto, bajo qué extrañas circunstancias
coincidiste con alguien que se me parecía de lejos.
Pero no recordaste, si acaso lo intentabas, a quien le prometiste un sueño
que no ibas a cumplir, cuando nos despedimos tras una ventanilla.
De vuelta en este ahora, tu cara era la misma donde vi el resplandor
del ángelus y el tacto de un crepúsculo gris y hermético.
Llevabas rubor en las mejillas y el cabello más negro que alguna vez
tocaron mis manos por el valle lunar de tu cintura.

La bienaventuranza fue nuestra compañera de viaje a las estrellas
tan próximas al hambre de nuestros corazones y su dolor difuso.
Era la edad del bronce pulido de tus pechos.
Las noches fueron lentas palabras inaudibles del mundo que brotaba sin encajes.
Bebíamos la vida entre los versos de una poeta árabe
y bailaba desnuda la luz en la terraza.

Tú entonces te encendías y el viento iba contigo por algún callejón
a sórdidas tabernas, levantando tu falda minúscula,
mostrándome las rutas que de súbito me alzaban al misterio.

Sin duda eras feliz de forma ingobernable.
También lo fui. Lo fuimos.Te dije,
lo recuerdo como si fuera ayer, que un dios haría suyos los rasgos
de tu nombre y el vino tu sabor de almendra y paraíso.
Sigues igual, incluso me has parecido más hermosa,
quizá menos alegre que la imagen que de ti conservé
todo este tiempo en vano. Detrás de tu mirada no encontré el resplandor
de aquella chica insomne, sino una palidez ceniza de rescoldos
que aún parecen guardar el vértigo del fuego.
No puedo asegurarlo.
Y ya tan poco importa.

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