Canto XXII





Si me encuentras por esta ruta
de torcaces adormecidas
no es porque mis mariposas y mis violetas
hayan naufragado en las tardes del olvido.

Es porque mi llanto se hizo anciano
y los pentagramas tienen colgadas
palomas de destierro
señalando el inicio de mi canto.

Si acaso sin querer me encuentras
cuando vagando por tus caminos
de casas sin ventanas
vuelvas de tu abismal distancia
será porque mi sombra se quedó prendida
en tu figura de caminante sin brújula.

Y si te preguntas dónde estaba yo
a la vuelta de tu viaje
será porque la muerte te encontró desprevenido
y mis ojos se quedaron anclados
en tu mirada rasgada por el viento.

No me riñas por los besos
que rompieron mi cántaro de luz
fueron solo guijarros con los que quise marcar
la ruta por donde una tarde te fuiste
sin despedirte
sin siquiera un adiós
ni sonido de tambor y mar.

Y con tu nombre de miel
entierro tantos otros muertos
que me dejaron un adiós
cayendo por mi ladera
llena de mil cocuyos
con sus cárceles de sueños
llenas de pájaros heridos.

Y si me atrevo a escribirte una vez más
estos versos de terciopelo
es porque mi alma no alcanza a comprender
la dimensión de una ausencia llena de ti
 llena de este silencio musical
que en mil arpegios brota incontenible
y no basta un "hasta aquí"
ni un prematuro punto final
que la muerte se llevó.

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